Tranquilos
El principio ético-estético de que hay que dar el poder, a cualquier nivel, a la lista más votada, no resiste la prueba del algodón y el consumidor de resultados electorales debe adecuar su estómago a sublimes comistrajos. Tal vez había cuajado la ilusión óptica de que las elecciones municipales eran las que estaban más bajo el control de la ciudadanía, capaz de elegir ejecutorias y rostros conocidos, pero en otras dimensiones de la participación política, las elecciones generales por ejemplo, ya ustedes se han acostumbrado a votar a quienes no respetarán lo que les prometen. "Es que a usted, mi querido cliente electoral, le falta visión de conjunto para saber cuáles han de ser las decisiones de política de Estado", se nos dice, y aunque opongamos que si nos falta esa visión de conjunto es porque ellos no nos la dan, se la guardan en el arcón de las razones de Estado, con no hacernos caso consiguen lo que quieren. Cuesta guardar durante cuatro años una agresión a la inteligencia popular para cobrar factura en las próximas elecciones. ¡Lo popular es tiempre tan difuso! Seamos sinceros, ¿existe el pueblo? ¿Por qué? ¿Para qué? ¿No estamos conservando un inútil ruido sociológico más que un sujeto histórico? Se producen expectativas de opinión y de conducta en consonancia, pero no siempre una expectativa de opinión da lugar a una conducta social, electoral consecuente. Hay un estado de opinión interelectoral que no conduce necesariamente a la decisión del voto, prueba de que la arterioesclerosis múltiple es un digno complemento mental de la esquizofrenia múltiple, porque no está escrito que cualquiera deba escindirse sólo en dos mitades. Hay demasiados problemas cotidianos y demasiada oferta televisiva y futbolística como para temer que el pueblo cree una consciencia alternativa capaz de cuestionar sistemas de representación y sobre todo de participación. No se participa decidiendo si entras en guerra o no, porque con no decir que la guerra es una guerra, ya basta. Se participa comprando en las rebajas o tomándose un bocata de calamares o mirándole la pilila al señor conde. Como decía Churchill: la democracia es aquel sistema que cuando algo te sobresalta seguro que es la pilila del conde Lequio.
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