Documentos sobre 500.000 prisioneros olvidados
"Fuimos a la guerra con diecisiete años y volvimos con veinticinco", recuerda uno de los supervivientes de los 45 campos de concentración de Franco, al rememorar cómo transcurrió su juventud. Sesenta años después de finalizada la guerra civil, TVE sorprendió ayer a la audiencia con un documental, obra de Maribel Sánchez Maroto y Cesc Tomás, en el que se dio voz a republicanos que, sin nombres tan sonoros como Pasionaria, Largo Caballero o Azaña, sufrieron la guerra y su posterior encierro en lugares en los que un jersey podía moverse solo por el suelo, transportado por los piojos, como recuerda uno de ellos; la mayoría, simples soldados rasos. Pese al interés de los testimonios de una decena de antiguos prisioneros, lo más importante son los documentos aportados, desde la creación de la Inspección General de Campos de Concentración a un mapa con la localización de los centros, o unas fotografías de los confinados en San Pedro de Cardeña (Burgos) encontradas en la Biblioteca Nacional.
Franco creó los "depósitos de concentración" en 1937, para resolver el problema técnico de las oleadas de prisioneros que iban generando las operaciones bélicas. En edificios que aún existen, como el hoy lujoso parador turístico de San Marcos, en León, millares de personas aguardaban cada noche "la lista". Los puestos de los que desaparecían eran pronto rellenados con otros en un "trasiego de gentes con derecho a morir", como recuerda Victoriano Cramer, uno de ellos.
Los campos de concentración de Franco no fueron fábricas de exterminio, sino lugares de hacinamiento de prisioneros que aguardaban su destino definitivo: la ejecución, la cárcel, los batallones de trabajos forzados o la vuelta al ejército, esta vez encuadrados en las filas de sus captores. Según uno de los documentos, extraído del archivo donde se guardan los papeles del Cuartel General de Franco, el Ejército "nacional" contaba con 500.000 fichas de presos a mediados de 1938, ocho meses antes del fin de la guerra. La mayoría de los 45 campos y 50 batallones de trabajos forzados estaban situados cerca de los ferrocarriles para facilitar los traslados.
Los campos también se usaron para la reeducación política de "los rojos", incluida la vejación de obligarles a cantar el Cara al sol brazo en alto, al estilo fascista, "por la mañana y por la tarde". La cámara sorprende un gesto de dolor al superviviente que recuerda aquella tortura psicológica, y también la sonrisa irónica de otro al que le preguntan si dormían en colchones. Un alférez encargado de la custodia de prisioneros aporta el recuerdo de un centinela que mató a "diecisiete o dieciocho" disparando sobre ellos "como conejos" cuando trataban de escapar.
Este programa ha permanecido enlatado un año, junto con otros diecisiete más, durante las dudas sobre su permanencia en antena que acompañó a la crisis del centro de TVE en Cataluña, donde se realiza Línea 900. El contenido del trabajo de Sánchez Maroto y Tomás tiene que ver muy poco con el resto de lo que se ofrece ahora en las televisiones generalistas, incluidas la estatal. Es como un rescoldo del buen periodismo que queda en las cadenas públicas y que se resiste a desaparecer.
Podría hacerse alguna crítica a la ausencia en el reportaje de los presos que también pasaron lo suyo en el bando republicano, pero de esas cloacas se sabe más que de las franquistas: la novedad consiste, precisamente, en haber sacado a la luz una tragedia de la que bien poco se había hablado.
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