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Los comunistas temen que Yeltsin ilegalice su partido en las vacaciones

La Duma (Parlamento) cerró por vacaciones hace 10 días, pero los diputados comunistas, mayoritarios en la Cámara baja rusa, han decidido organizar turnos de guardia en su interior por temor a lo que pueda estar tramando Borís Yeltsin. Las huestes de Guennadi Ziugánov se toman en serio las especulaciones de que el líder del Kremlin, y su particular corte de los milagros, aprovechando el verano, prepara un golpe de efecto, sea la ilegalización del partido o la retirada de la momia de Lenin del mausoleo de la plaza Roja de Moscú.

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El partido del poder

Los comunistas han dado pruebas sobradas de que no suponen una amenaza al régimen corrupto que encarna Yeltsin. Dieron por buena la derrota de Ziugánov en las presidenciales de 1996 pese a las numerosas irregularidades. Se plegaron con docilidad a los caprichos de un presidente que hacía y deshacía a su antojo, y sólo plantaron cara cuando Yeltsin quiso hacerles tragar por segunda vez con Víktor Chernomirdin como primer ministro, en agosto-septiembre de 1998. El líder del Kremlin cedió y nombró a Yevgueni Primakov jefe del Gobierno, pero apuntó esa derrota en su lista de agravios. Primakov pagó con su cabeza en mayo. La amenaza de disolución de la Duma hizo que los comunistas aceptaran luego a Serguéi Stepashin como relevo, y sin rechistar. Tampoco pusieron toda la carne en el asador para enjuiciar al presidente por alta traición.

¿Por qué entonces sigue Yeltsin emperrado en machacar a los comunistas? Ya se tomó cumplida revancha, pero hay dos citas clave: las legislativas de diciembre y las presidenciales de junio del 2000. Tanto él como su entorno más inmediato, conocido como La Familia, ven con preocupación rayana en el pánico la perspectiva de un Parlamento aún más controlado por la oposición y de un sucesor en el Kremlin que les exija cuentas.

Por eso se barajan alternativas como que Yeltsin, pese a su aspecto a veces semicomatoso, pueda seguir en el poder, más allá del término de su mandato, con triquiñuelas como crear un Estado nuevo con Bielorrusia o proclamar el estado de emergencia.

Yeltsin tiene ahora dos enemigos principales: los comunistas y el alcalde de Moscú, Yuri Luzhkov. Los primeros son el símbolo del régimen que él derribó; el segundo es el principal aspirante a sucederle, y eso le convierte en blanco de su ira. Para alejar el peligro, Luzhkov advierte de que se defenderá con toda la fuerza de su imperio político, económico y mediático. También insinúa, como el sábado en Múnich, que podría no ser candidato si le dejan tranquilo al frente de Moscú y si no hay entre los aspirantes al Kremlin "ninguno que pueda arruinar a Rusia".

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Las huestes de Ziugánov ven tantos nubarrones que se mantienen en alerta máxima incluso durante las vacaciones parlamentarias. Por eso han formado turnos, de unos 30 diputados cada uno, que montan guardia en la Duma, conservan la comunicación con sus compañeros ausentes y amenazan con organizar la protesta popular si Yeltsin pasa al ataque. Según el diputado comunista Víktor Iliujin, que dirigió la campaña para procesar a Yeltsin, éste tiene ya sobre su mesa el decreto de ilegalización del partido, y podría firmarlo el 17 de julio, aniversario de la ejecución por los bolcheviques del último zar y su familia.

En un escenario democrático, que al menos formalmente sigue vigente en Rusia, la bronca de Yeltsin a su ministro de Justicia, Pável Krashenínnikov, por no encontrar pruebas de que los comunistas violan la ley, sólo podría beneficiar a éstos y reforzar su posición ante las elecciones. Pero, como en otras ocasiones, se deja flotar la ectoplásmica espada de Damocles de la disolución de la Duma. Otra especulación, de la que se hacen eco los periódicos rusos, es que Yeltsin pretende retirar de su mausoleo de la plaza Roja el último gran símbolo de los tiempos de la URSS: la momia de Lenin, el fundador del Estado soviético. Inmediatamente, el partido de Ziugánov difundió una carta al pr

imer ministro bajo el título No permitiremos ese vandalismo, en la que acusaba de esa "atrocidad" a las "fuerzas reaccionarias y antipopulares", y daba a entender que sacaría a las masas a la calle para impedir el agravio al "sagrado monumento".

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