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El mural

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JUVENAL SOTO Entre las obras desgraciadas que en Málaga acometió la corporación provincial cesante destaca una, de índole quizás artística, que decora lo que oficialmente se ha llamado Centro Cultural Provincial, antes Centro Cultural de la Generación del 27, más conocido hoy como Capilla de Nuestra Señora de la Victoria precisamente por los motivos pintados en ese colmo de desdichas. Vírgenes, marengos, elementos rocieros y un penosísimo etcétera decoran un mural que debiera dar la bienvenida al visitante de un edificio tan laico como es un centro destinado a producir cultura. O sea, valga la comparación, como si el cardenal primado de España colocase en las puertas de la catedral de Toledo un Julen Guerrero disfrazado de Cristo de la Expiración. En su momento -y sin que se entrase en el posible interés artístico del citado mural-, la oposición calificó de meapilas al ya casi extinto presidente de la Diputación de Málaga por haber encargado para un lugar como éste tan estrepitoso bodrio a los pintores locales responsables de su realización. Meapilas o no, es preciso recordar que el primer destino del edificio fue el de albergar la sede de lo que había de ser el citado Centro Cultural de la Generación del 27, y que tal centro -considerado por los integristas peperos de la corporación saliente como "obra de rojos"- estuvo a punto de ser finiquitado, tras la época de esplendor y trascendencia internacional a la que lo llevara José Ignacio Díaz Pardo (su primer director), de no intervenir el apoyo, tanto al trabajo de Díaz Pardo como al espíritu del propio centro, de una abultada nómina de prestigiosos escritores no sólo españoles. El caso es que ahora la Diputación de Málaga tiene un Centro Cultural Provincial -la obstinación por no llamarlo Centro Cultural de la Generación del 27 y la intencionalidad de desvirtuar su contenido originario prosperaron por mor de los pactos que PP y GIL perpetraron para gobernar la Diputación- decorado por un mural de estética lírico-bailable, sólo apropiado para animar las lentejas viudas propias del refectorio de un convento de monjas bailaoras y sacristanes palmeros. Así la cosa, parece conveniente que el mural de marras fuese trasladado de sitio -no destruido, por deferencia a la obra de arte que acaso sea- hasta ubicarlo en un lugar acorde con el mensaje que transmite lo en él pintado. Y es aquí, precisamente, donde quiero recordar el sentimiento de donación caritativa que la actual alcaldesa malagueña, Villalobos, hiciese brotar en sus conciudadanos cuando los alentara a pagar con sus donativos las obras de restauración de la catedral de Málaga. ¿Si gracias a una iniciativa del anterior equipo de gobierno del Ayuntamiento de Málaga se consiguió que el Obispado de esta ciudad aceptase las donaciones imprescindibles para las obras reparadoras de su iglesia mayor, por qué ese mismo Obispado se negaría a encontrar el destino eclesiástico de un mural que tanto desdice a la puerta de un edificio laico? Parece, pues, más que razonable recomendar a los próximos regidores progresistas de la Diputación de Málaga que consideren la posibilidad de poner en manos del obispo del lugar ese mural que hasta hoy no ha hecho sino despertar agrias polémicas, rotundos rechazos. Después, que el obispo de Málaga haga con él lo que mejor convenga. Es decir, que Dios lo ampare.

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