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Pujol en el espejo de Clos ANDREU MISSÉ

Andreu Missé

El triunfo de Joan Clos en las pasadas elecciones municipales está provocando reacciones insospechadas. Dirigentes nacionalistas no ocultan en privado su simpatía por las nuevas formas de hacer política de Clos, más próximas al ciudadano y con menos carga ideológica. Creen que Pujol debería tomar nota y aplicar este estilo más pragmático en las próximas elecciones autonómicas. ¿Es posible ese giro a estas alturas? La agenda municipal socialista ha discurrido por un triple raíl: una imagen de gestión eficiente, un proyecto de ciudad que entusiasma y, sobre todo, una huida de los debates puramente ideológicos. No se trata precisamente de un esquema fácil de aplicar por parte de Pujol. Gestión. Clos ha logrado una notoria complicidad con los ciudadanos para afrontar los problemas. Barcelona es la más cara de las siete grandes ciudades españolas. En 1997, cada barcelonés pagó 81.700 pesetas en impuestos, mientras que la media de estas ciudades fue sólo de 51.000, según la profesora Núria Bosch. Sin embargo, en vista de los resultados electorales, parece que a los barceloneses les ha convencido la forma en que se ha gastado su dinero. Esta complicidad ha sido especialmente intensa entre el Ayuntamiento y los empresarios. En muchos proyectos urbanísticos la participación del sector privado ha llegado al 40%. El modelo de gestión municipal es radicalmente opuesto al de la Generalitat. El Ayuntamiento ha encogido su estructura, ha reducido sus gastos corrientes y, por tanto, su deuda, mientras que ha intensificado la inversión pública. Todo lo contrario de la Generalitat, que ha duplicado servicios y ha creado una administración desmesurada, como reconocen algunos de sus consejeros. El precio, un endeudamiento desbordante (1,5 billones), tal como ha puesto de relieve un informe de la Fundación BBV. La Generalitat es la autonomía que tiene más deuda per cápita y que menos cumple sus presupuestos de endeudamiento. Se trata sin duda de una seria hipoteca para las generaciones futuras. El último dato verificado por la Sindicatura de Cuentas de la Generalitat advierte de que la carga financiera será de 182.000 millones en el año 2001. Es decir, mañana. La situación es tan delicada que la Generalitat ha tenido que sacrificar su inversión pública para no ver rebajado su rating por parte de las agencias internacionales de calificación de deuda. La inversión durante los últimos años ha sido inferior a la de 1993 y 1994. En Cataluña, en contra de lo que se podría pensar, el peso de la inversión no lo lleva el Gobierno de Pujol, sino los ayuntamientos, como refleja un estudio de La Caixa. Entre 1995 y 1998, la Generalitat sólo ha aportado el 39% de la inversión pública en Cataluña. Es el porcentaje menor de las comunidades que tienen el mismo nivel de competencias. En Galicia, el Gobierno autónomo aportó el 54%; en Valencia, el 47%; en Canarias, el 46%, y en Andalucía, el 45%. En Cataluña se produce la situación inversa. Sus municipios son los que más invierten de todas estas comunidades, con una contribución del 44%. Pero quizá el aspecto que más impide a Pujol convertir su gestión en bandera electoral está en la educación. Es el campo con más agraviados. Un dato: el fracaso escolar en la ESO llega al 30%, según un estudio de la Universidad Autónoma. Joan Coscubiela, secretario general de Comisiones Obreras, ha señalado que el problema más grave del paro en Cataluña deriva de las dificultades para incorporar a los jóvenes a los programas de reciclaje por la falta de formación básica. El desbarajuste del Departamento de Trabajo en el reparto de más de 20.000 millones de pesetas anuales en subvenciones, la mitad procedentes de Europa, ha sido la parte más penosa de este mal uso del dinero público. Proyecto. Sin duda ésta ha sido la gran fuerza del líder nacionalista. Negar que Jordi Pujol ha tenido un proyecto de Cataluña sería absurdo. Al presidente catalán le cabe el mérito de haber sido uno de los impulsores del actual diseño de la España autonómica. Pero esto, que fue crucial en la transición, ya es agua pasada. Su alternativa a los desafíos presentes es un nuevo pacto fiscal. Un proyecto que una vez más traslada a los demás las propias ineficiencias. El pacto fiscal que propone CiU -básicamente mayores ingresos fiscales- resulta inviable. Si sus demandas se generalizaran a las demás autonomías, supondría un coste adicional de 1,5 billones de pesetas, según un estudio de Iniciativa per Catalunya. El futuro que diseña Pujol no lleva a la solución de problemas, sino a la creación de otros nuevos. La futura Generalitat que perfila Pujol exige también nuevas competencias. En este campo, CiU anda claramente en dirección contraria a la de la corriente mayoritaria de los expertos que piensan que ahora es el momento de los ayuntamientos, cuyas competencias se encuentran estancadas desde hace 20 años. Según el profesor Antoni Castells, si todas las autonomías administraran las competencias de que ya dispone la Generalitat (dos billones de presupuesto), gestionarían el 30% del gasto público, lo que significaría un porcentaje superior al de Alemania. La reclamación histórica de igualdad de ingresos para las mismas competencias ha perdido su razón de ser porque es un objetivo ya conseguido, tal como reconoce el consejero de Economía, Artur Mas. La respuesta, otra fuga hacia adelante. Pujol pide ahora más dinero que los demás por las mismas competencias, con el peligroso argumento de que los ciudadanos de Cataluña exigen más por tener un mayor nivel de desarrollo. Ideología. Pero donde más se aleja Pujol de la trayectoria de Clos es en el plano ideológico. Mientras que el alcalde ajusta cada vez más su programa a las demandas cotidianas de los ciudadanos, los nacionalistas radicalizan sus posturas hacia el esencialismo. Los planteamientos soberanistas de la Declaración de Barcelona ya han hecho mella en los segmentos más sensatos del electorado nacionalista, que no han entendido los acercamientos al PNV y al BNG. En realidad, en el campo nacionalista ya existe el modelo Clos. Es el que han representado políticos como Miquel Roca en Convergència y Joan Rigol en Unió. Son políticos que han modulado sus ideas en aras del consenso y la eficiencia. Lo practicó Rigol con el Pacto Cultural y Roca con la Carta Municipal. Pero éstos son precisamente los políticos que más ningunea Pujol. Quizá es que Pujol ha llegado a un cul de sac, un callejón sin salida, donde resulta difícil conciliar un discurso que por la mañana se alimenta con la asfixia económica por parte de Madrid y por la tarde se vanagloria de ser el cuarto país de mejor de calidad de vida en todo el mundo.

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