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Los últimos de Santa María

El barrio de las fatiguitas. Eso fue Santa María durante muchas décadas. Para salir del atolladero, los chavales de 11 años se echaban al cante. En aquel barrio y arrancando los años cuarenta tampoco había muchas más opciones. Fue el caso de José de Vargas Fernández Cascarilla, un gitano de 70 años que cuando tenía 11 se metió de polizón en un barco para América. Tuvo mala suerte: lo pillaron y terminó cantando en Barcelona, que no le ha sido mala tierra. Cascarilla, por iniciativa de la Diputación de Cádiz, acaba de dejar en un CD siete cantes que atesoran el sabor y el aroma del flamenco de Santa María, cuna del cante flamenco, la patria más chica de Aurelio Sellé y Pericón, "una potencia mundial en el cante", exclama el cantaor. El disco no tiene trampas. Cascarilla no sabe hacerlas y Joaquín Linera Niño de la Leo, tocaor, director musical y arreglista del trabajo, tampoco le hubiera dejado hacerlas. Son siete cantes "como siete catedrales": alegrías, bulerías, soleares y el pegadizo tango de los lunares con el que le arrullaba su madre, la misma gitana que partía el cielo del barrio cantándole saetas al nazareno desde el balcón de la calle Suárez de Salazar los jueves santo. La malagueña de El mellizo arranca con los compases de un órgano. "El mellizo se iba a la catedral a escuchar cantar gregoriano, que le encantaba, y de ahí sacó su malagueña, que es única". Son cantes que estaban en el cajón de la memoria, el mismo que ha abierto José de Vargas con Cádiz, mis recuerdos, un trabajo que es también tributo a su primo Alfonso de Gaspar, autor de algunos de los temas. A Cascarilla le sucede lo que su barrio, que está emparentado con la realeza flamenca: con Enrique el Mellizo, con Ignacio Espeleta y con Camarón de la Isla y una larga retahíla geneanológica que asusta. Y sobre todo está emparentado con el arte. Con Los gitanillos de Cádiz, junto a Conchita Aranda, Bendito y el toque de Peret, recorrió el mundo entero, entre 1946 y 1960. "Se ganaba poco, no daba para vivir, pero se tiraba palante y se veía mundo". Por donde fuera, la consigna era la misma: "El cante, puro y mucho Cádiz". José de Vargas es uno de los exponentes del cante de la época, de la generación de niños que pasaron la infancia escuchando placas de Pepe Pinto y Caracol en la gramola del bar La bella Sirena, junto al muelle, donde muchos cantaores se buscaban las habichuelas por la mañana. Como Chano Lobato, otro vecino insigne del barrio. O Juan Villar, o Santiago Donday, que hasta hace poco tuvo fragua abierta en el muelle: fabricaba ganchos y bicheros para los rederos. O La Perla de Cai y Curro La Gamba, Enrique El Morcilla y Beni. "Es una pena que hoy todo el mundo se haya tirado para el Carnaval, con lo que ha sido el flamenco en Cádiz. Pero la gente, los medios....y el carnaval también está muy bonito, pero es una pena que se olvide el flamenco". La receta para combatir el olvido es la pureza y para eso lo mejor es quedarse hoy con Juan Villar y José Mercé, o tirarse para los clásicos, según el cantaor. "El mejor del mundo ha sido Caracol: todo el que lo imita, come". Con Vargas y otro grupo de cabales se va a marchar el espíritu de un barrio que agudizó el ingenio en la época del hambre; donde se inventó la carne de bragueta -la que sacaban a hurtadillas los gitanos del matadero- y donde las fiestas flamencas duraban días, de la Casa Lasquetti a la Casa Lila y vuelta a empezar. Cascarilla, con 14 discos, y retirado profesionalmente desde 1978, cuando entró de botones en un hotel en Cádiz, se dispone a comenzar la promoción de su "trabajo cumbre".

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