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La fragua de Gimferrer

Durante la lectura del segundo volumen de la Correspondència de Joan Fuster, pensaba que el escritor de Sueca era perfectamente consciente de que aquellas cartas intercambiadas con Carles Riba, Josep Pla, Josep Carner o Salvador Espriu, podrían constituir un importantísimo testimonio de su tiempo. Joan Fuster conservó copia de todas las cartas propias (¡20.000 cartas!), y durante más de cincuenta años fue forjando aquella extraordinaria correspondencia, con la paciencia y constancia de quien trabaja para la inmortalidad. Y algo parecido hizo Voltaire, cuya correspondencia ocupa trece volúmenes de La Pléiade. Theodore Besterman, que dedicó los últimos venticinco años de su vida a ordenar la correspondencia volteriana, calculaba que el exiliado de Ferney debió de escribir al menos 40.000 cartas. Voltaire, como Fuster a otra escala diferente, fue el primer escritor francés -y por tanto, el primer escritor- que tomó plena conciencia de la importancia del género epistolar. André Magnan, otro estudioso de la obra volteriana, comenta que uno de los signos que distinguen aquellos que ahora llamamos "los grandes autores" es la existencia de una correspondencia en sus obras completas. Pues bien, ese criterio de modernidad parte de Voltaire. A menudo leemos la correspondencia de un autor con ese punto de fetichismo que comentaba Vargas Llosa en La orgía perpetua a propósito de Flaubert y Madame Bovary. La visita a la casa del escritor que admiramos, a su ciudad natal, o los detalles más escabrosos de su biografía, se complementan con aquellas cartas, muchas veces íntimas. Y así nos estremecemos con la correspondencia de Oscar Wilde desde la prisión, o nos emocionan las cartas de amor de Diderot a Sophie, o las de Kafka a Milena o las de Einstein a su esposa. Cada correspondencia nos transporta a dos mundos que interactúan y se complementan: el del autor y el de su época; con Madame de Sévigné viajamos al Ancien Régime, con Pavese a la Italia fascista, con las de Fuster a la Valencia decrépita de la postguerra. "Tardan las cartas y son poco para decir lo que uno quiere", se lamentaba Gil de Biedma, pero a menudo constituyen el último testimonio de un tiempo, y entonces aquel poco se transforma en un mucho, fugazmente apresado en unas líneas torcidas o en una endeble copia realizada con papel de calco. Por todo ello, me ha impresionado tanto la publicación de la correspondencia de Octavio Paz a Pere Gimferrer (Memorias y palabras. Seix Barral), que comprende 206 cartas escritas durante treinta años de intercambio epistolar. Me ha impresionado porque la voz de Paz se impone desde el primer momento con serenidad y maestría, y como Rilke con el joven poeta, guia a un Gimferrer iniciático de veintiún años y al mismo tiempo ya con una personalidad definida. La vida de Octavio -como firma la mayoría de las cartas- se va esbozando poco a poco: sus conferencias en Harvard, sus problemas con el ruido de México (hasta el extremo de solicitar a Gimferrer tapones de cera españoles), sus proyectos poéticos... Pero también la presencia de Pere Gimferrer (primero Pedro, después de algunas dudas, Pere) se mantiene lógicamente constante a lo largo de toda la correspondencia, y aunque no incluye sus cartas (creo que erróneamente), adivinamos por Octavio Paz su voz. Esa voz en off que a veces aconseja al maestro la modificación de un verso, o la corrección de una falta ortográfica ("Arpa: escribí esta palabra con h sin duda por contagio del francés e inglés. Suprime esa h desdichada"), o le asesora editorialmente, siempre de una manera eficaz y satisfactoria. Pero, por encima de todo, a lo largo de estas 206 cartas, asistimos al emocionante testimonio del nacimiento de una amistad. Una amistad fraguada lentamente, con paciencia y constancia. Pere Gimferrer nos confiesa en el prólogo que también dispone de "650 hojas escritas a mano" de Vicente Aleixandre. Y entonces no podemos dejar de estremecernos cuando pensamos en la publicación de la correspondencia de Gimferrer. De todas aquellas cartas nacidas del obrador del poeta. Una fragua de palabras, templadas a golpes de amistad y de tiempo.ínguez es escritor.

Martí Dom

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