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LA CASA POR LA VENTANA Manías de grandeza JULIO A. MÁÑEZ

El campeón y la campeona de la reciente consulta electoral están que se salen al entrar en los detalles de obligado cumplimiento respecto de las macropromesas esgrimidas en campaña, así que aquí no nos habrá de faltar de nada, tal vez incluso pueda sobrarnos alguna que otra cosa. Rita Barberá anda por ahí exultante poniendo remedio a la fachada marítima de su gestión en los mercados, y ha dado en caer en ese optimismo panglossiano respecto del mejor mundo -o ciudad- de los posibles. Nada le parece imposible a esta gran señora, prisionera todavía de la nube de estupor que la habita desde la noche del 13-J, por lo que recurre a inocentadas propias de bachiller asombrado constatando la nimiedad de los obstáculos mediante esperanzadoras comparaciones del tipo de "si el hombre ha llegado a la luna, cómo no vamos a encontrar soluciones" para esto o para lo otro, y así hasta el infinito de una ciudad de cine que "volverá a vivir de cara al mar", dotándose de "nuevos usos deportivos, culturales, lúdicos y comerciales", en una retahíla de improperios que nos deja a dos velas respecto de lo que esta buena mujer entiende por cultura en sentido amplio. En sentido estricto, no parece nada desdeñable ese optimismo histórico que hace descansar en los grandes logros de la humanidad la certidumbre de solución a los problemas municipales, aunque Valencia no haya colaborado con la NASA ni siquiera suministrando recetas de los petardos falleros y pese a que esa clase de proposiciones tienda a trufar la propia inercia con la mención de los méritos ajenos. Claro que algún mala sombra podría responder que si el hombre ha llegado a la luna, entonces cómo es posible que Rita Barberá sea todavía alcaldesa de una ciudad como la nuestra, y con mayor razón si se considera los años transcurridos desde ambos acontecimientos. En cualquier caso, parece que nuestro satélite se mantiene todavía intacto pese a la visita norteamericana, cosa que no puede asegurarse de nuestra ciudad desde que Rita encabeza, por así decir, la alcaldía, lo que se deja oír sobre todo en el frenesí mañanero de motocompresores tronando a toda pastilla como anticipo de la siembra de miles de farolas al caer de cada tarde. Semejante hiperactividad puede provocar un efecto indeseado, convirtiendo a la ciudad en una procesión de insomnes incapaces de atender con eficacia sus obligaciones y perdiendo así esa impronta emprendedora que nuestra resuelta alcaldesa ha sabido insuflar a sus conciudadanos. Mucha más gracia en proporción a su tamaño tiene ese Eduardo Zaplana que en uno de los recientes debates electorales prometía hacer del hospital La Fe un ejemplo no sólo para Europa, que, como es sabido, carece de centros hospitalarios como la sanidad manda, sino para el mundo entero, incluidos los grandes centros de salud norteamericanos. De momento se conforma con que, por ejemplo, y entre otros disparates sanitarios, un bebé de un mes requiera de una prueba neurológica moderadamente urgente y reciba por correo la citación oportuna ¡para cuatro meses más tarde!, con lo que sus atribulados padres deben recurrir a esa clase de artimañas para ser atendidos de las que, sin duda, está exento el señor Joaquín Farnós, quien no sé yo si tendrá en la luna su segunda residencia. En esa manía por convertirlo todo en ejemplar, cuando bastaría con que las cosas funcionasen medianamente bien, puede verse con claridad el propósito del embaucador profesional que se propone no sólo remediar los males de la patria, tarea bastante ardua en sí misma, sino deslumbrar con grandes proyectos que habrán de despertar la admiración y la envidia ajenas y que, de momento, han encandilado a buen número de electores, deparando a nuestro President idéntica satisfacción a la del vendedor de crecepelos que consigue colocar el stock completo en una convención de calvos. En Tamaño natural, Azcona/Berlanga ponían en pie una parábola machista (ellos quizás no lo sabían, pero ese calificativo es bastante ajustado) sobre la soledad del hombre contemporáneo mediante la historia de un señor que se monta su vida con una bellísima señorita artificial. Limitarse a convivir con chucherías es la manera más eficaz de sumergirse en el anonimato social y eludir las provechosas confrontaciones de los conflictos estrictamente humanos. Proyectar una nutrida red de macrochucherías como programa de gobierno resume la intención de infantilizar al conjunto de la población magnificando un ocio de tuna estudiantil. A esa clase de boba confianza en el futuro le falta -también- la exigencia adulta de una mayor intensidad.

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