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Mudanzas punibles en Ràdio 9 J. J. PÉREZ BENLLOCH

Estamos en vísperas de que Ràdio 9 cumpla su décimo aniversario y éste es el momento en que todavía no ha encontrado su lugar bajo el sol valenciano. Sus amos, digo del gobierno de la Generalitat, nunca han tenido claro qué hacer con esta emisora, más allá de asegurarse la obsecuencia de la misma. Los socialistas, por razones que se me escapan, no tuvieron interés en ponerle alas para que cumpliese sus objetivos fundacionales, que se resumen en la promoción del uso social de la lengua y la vertebración del país ejerciendo un periodismo decente e imaginativo. Lo intentó una de sus directoras pioneras, Rosa María Solbes, pero el propósito le costó el cargo. Es de suponer que el episodio disciplinó la posible impetuosidad profesional y proyectos de cuantos le sucedieron, acomodados al oropel de la poltrona y a la seguridad de la nómina. Poco han cambiado las cosas en esa casa. En realidad, han empeorado a lo largo de la legislatura que acaba. Si antes, con los del puño y la rosa y al margen de lo expuesto se producía alguna que otra discriminación, estúpida como todas, en estos últimos años hemos sabido de episodios escandalosos saldados sin mayores consecuencias. El asunto de las listas negras de redactores presuntamente desleales con el poder establecido fue un revival franquista tan insólito como ridículo. El robo de una tarjeta de crédito para pagarse unas copas no fue menos llamativo, como no lo ha sido el reciente afanamiento de unas cintas de grabación para provecho personal del chorizo. Ninguno de estos incidentes, sin embargo, es determinante del gran problema que aflige a la emisora. Y ese problema no es otro que la cifra de oyentes aceleradamente menguante, no obstante los recientes cambios de director y de programación. Ahora estamos ante una nueva mudanza. Unos 30 trabajadores van a ser o han sido despedidos. No todos están en las mismas circunstancias ni lo son por iguales motivos. Algunos están hasta nueve años en la empresa mediante reiterados contratos de obra -a todas luces fraudulentos- y trabajando en distintos programas. Otros, unos pocos años menos. Pero casi todos -que me conste- con sobrada solvencia profesional. Su licenciamiento nos va a costar una millonada, pues se pagará con dineros públicos. Y lo que es peor, se desdeña su experiencia y capacidad. A este respecto, ¿por qué se prescinde de las responsables del espacio Comarca a comarca, que goza de tan buena salud, o del titulado L"andana, o el Bikini club de la primera época e incluso el presentado como Un fum de coses? Resulta difícil no percibir visos de persecución ideológica y maniobras para hacerle hueco a una remesa de recomendados. Pervive el maniqueísmo de amigos y enemigos, no el criterio democrático y razonable de buenos o malos profesionales. Mal, pues, empiezan los cambios. Y añádase a esta suerte de limpieza étnica la alarmante política de desconexiones que acentúa la provincialización de los contenidos en la misma medida que contribuye a desvertebrar el país. O la lógica aversión que el director del tinglado, Anacleto Rodríguez, ha de sentir acerca del uso del valenciano como único vehículo de expresión, limitativo de las clientelas. Pero nada he de reprocharle a este colega, salvo la temeridad de aceptar un cargo para el que no tiene afinada su sensibilidad. ¿Qué le van ni le vienen a él los estertores de la lengua? El delincuente es, ni más ni menos, quien lo puso ahí abundando en la penosa práctica de hacer favores otorgando prebendas sin medir las consecuencias. Ignoro qué pócima milagrera se ultima para que Ràdio 9 recupere su tono y audiencia, que siempre serán inferiores a los posibles y originariamente ensoñados. No creo, como se ha sugerido, que urdan su privatización, pues a nadie le conviene asumir ese coste político y en buena parte inútil, ya que, por necesaria, sería reinstaurada al amparo de otro gobierno. Más me inclino por pensar que después de esta liquidación arbitraria de efectivos personales -un empobrecimiento, en suma- la emisora remonte ligeramente su aceptación, pero prolongue sin ambiciones su gris existencia. Algo que no se merece su centenar largo de empleados ni sus oyentes, ni cuantos desde la postración predemocrática apostábamos por la bondad y beligerancia de este medio de difusión. Al parecer, sólo a unos pocos interesaba.

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