El futuro museo para la cultura vasca San Telmo padece una reforma que pretende adecuarlo a los nuevos tiempos
El Museo de San Telmo de San Sebastián se encuentra en tránsito, aunque ya se adivina su configuración final como museo para la cultura vasca. No "de" o "sobre", sino decididamente "para", dada la voluntad de sus promotores de que se convierta en un espacio vivo que recoja no sólo el pasado y el presente, sino también las manifestaciones futuras de una cultura que ha dejado de ser rural: así, el patrimonio etnográfico tendrá que abrirse a los medios industrial y urbano. Pero, de momento, este centro cultural sólo se vislumbra en el folleto explicativo que detalla los distintos aspectos del proyecto de una renovación que, por las fechas previstas, debería estar ya concluida. Sin embargo, San Telmo, el museo más importante de la capital guipuzcoana, continúa en obras a la espera de su apertura definitiva. Afortunadamente, buena parte de sus atractivos están disponibles para la visita que, por dichas obras, se tiene que dividir en dos ya que el paso por el claustro está interrumpido. Ubicado en pleno casco viejo, en el antiguo convento dominico construido entre 1544 y 1562, se puede entrar por la puerta principal del templo, en la plazuela de Álvaro del Valle de Lersundi o por la ampliación del museo, un poco más allá del ala este del claustro, en la plaza de Ignacio Zuloaga, la entrada más cercana al mar. Esta última entrada da paso a las colecciones de pintura y escultura. Antes, en el pasillo que conduce a lo que es una ampliación del convento y en el vestíbulo de este ala se puede contemplar una pequeña exposición que explica al visitante el proyecto de reforma. Una vez que se asciende por las escaleras ya se entra en la exposición artística de San Telmo. Y para dar buena muestra de ello, una pequeña colección de bustos de Elgezua, Lucas Alberdi, Arcasibar o Beobide que dan una cordial bienvenida al aficionado que se adentra en la digna colección de pintura, que se inicia en el siglo XV. En el fondo del pasillo de la derecha, el profeta Ezequiel, el rey David y el evangelista San Marcos, entre otros, inician un paseo que cuenta con obras de El Greco, Ribera, Valdés Leal y Rubens, sin olvidar esas espada y vaina que corresponden, según señala la nota explicativa, a "Boadbil el Chico, último rey moro de Granada" y que están realizadas con "valiosa labor de filigrana árabe". Ya en el siglo XIX, entre obras típicas de esa centuria, destacan unos pequeños óleos de Fortuny. Los siguientes en aparecer ante el visitante son el citado Julio Beobide, Ignacio de Zuloaga y Ortiz de Echagüe, que comparten espacio, cada cual en lo suyo, en la sala que lleva el nombre de este último, pintor de origen centroamericano, trotamundos, dandy y aficionado a un exotismo como bien muestran los óleos que su familia donó al museo. Es un excelente aperitivo para lo que espera al visitante en la planta superior, un recorrido por los últimos cien años de pintura vasca, en los que se perciben ecos de las distintas corrientes artísticas europeas, sin olvidar cierto tipismo, sobre todo en los artistas de la primera mitad de siglo. La primera sala de esta segunda planta está dedicada a los retratos y a escenas urbanas, y la siguiente, al paisaje y el mundo rural, con una aportación de Sorolla, de quien se muestran varios pequeñas obras. El recorrido por el arte vasco sigue con Ricardo Baroja, Jose Miguel Zumalabe, los hermanos Zubiaurre para llegar al primer asomo de vanguardia en la obra de Nicolas Lekuona, fallecido en 1937, y que da paso a creadores de posguerra herederos de este vanguardista, como Gonzalo Chillida, Vicente Ameztoy, Alejandro Tapia, Ruiz Balerdi, Sistiaga y otros miembros de los grupos Ur y Gaur. Y no podía faltar en una selección de arte vasco en San Sebastián la obra de Andrés Nagel. Aunque de momento no se puede disfrutar de ellas, San Telmo cuenta con otras tres colecciones, cada una con piezas relevantes. La colección histórica está formada por una importante selección de armas, así como por objetos, cartografía y fotografías relacionadas con la historia de Guipúzcoa. Entre las armas, además de la muestra de armamento occidental, hay una interesante recopilación de lanzas africanas provenientes de Zanzibar. Integran la colección de arqueología unas 600 piezas que recogen el pasado del País Vasco y el de las civilizaciones fenicia, egipcia o precolombinas. A ella se suma la serie de estelas funerarias vascas, hasta ahora estaban repartidas por el claustro. La colección de etnografía, que tanto ha caracterizado al museo, recorre los modos de vida tradicionales en Euskadi, desde los aperos de labranza y los utensilios que se empleaban en la ganadería y el pastoreo hasta los instrumentos de los distintos oficios. Estas tres colecciones están a la espera de que terminen las obras para que se vuelvan a exhibir al público. Los trabajos no han eliminado del recorrido la contemplación de los inmensos lienzos de José María Sert para decorar el templo. Para verlos hay que entrar por la puerta que da a la plazuela de Álvaro del Valle de Lersundi. Realizados en sepia y oro, con fondos rojos para los cortinajes, fueron un encargo que el pintor catalán realizó entre los años 1930 y 1932 y en los que describe momentos característicos de la historia de Guipúzcoa. Entre todos ellos destaca el denominado El altar de la raza, ubicado en ese espacio de la iglesia de los dominicos. El Museo de San Telmo se presenta como un recorrido por la historia de los propios museos, polifacéticos en sus inicios, y que en este fin del siglo XX buscan una finalidad que añada algo a su función de contenedor de piezas para convertirse en un espacio activo. Eso, cuando finalicen las obras, verdadera finalidad (y cruz) de los responsables del centro donostiarra.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.