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Reflexiones antropológicas

Unos siglos antes de nuestra era se preguntaba retóricamente -dirigiéndose a Dios- el salmista de la Biblia: "¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano para darle poder?". En todos los tiempos este interrogante ha tenido vigencia y pertinencia. Termina el siglo y el segundo milenio se consume paulatinamente y al mismo tiempo van emergiendo entre sombras, dudas y esperanzas un nuevo siglo y empezará un nuevo milenio. Las columnas de opinión de los periódicos de todo el mundo hace tiempo que presentan serios y concienzudos balances, análisis y previsiones. Tampoco faltan libros y revistas que desde múltiples perspectivas prometen una buena entrada en el tercer milenio. Y, como no podía ser de otra manera también se hace comercio con el acontecimiento y las agencias de viajes ofrecen lugares paradisíacos para tal celebración. Sin embargo, en medio de esta euforia, hay hechos contradictorios, cada día nos enteramos de más hazañas de "ese hombre" que nos horrorizan y, como especie, nos avergüenzan. ¿Qué va a decir la Historia de nosotros? ¿Cómo somos, de verdad, los hombres de este periodo de la Humanidad? Cabe preguntarse. La experiencia traumática de los campos de concentración nazis supuso una crisis profunda para el pensamiento antropológico de la segunda mitad de este siglo. La filosofía existencialista se preguntaba, con dramatismo y severidad: ¿cómo es posible seguir creyendo en el hombre y sus valores después de Dachau y Treblinka? Esta justificada inmersión en el pesimismo no impidió la aparición de aires nuevos llenos de crítica, pero también de promesas de la Escuela filosófica de Frankfurt, de la filosofía de la esperanza de E. Bloch o el impulso de G. Marcel, M. Scheler o M. Buber, por citar algunos filósofos que, a pesar de todo, han vuelto sobre el hombre. Después de lo acontecido en Kosovo, es necesario interrogarse de nuevo: ¿qué es el hombre? Hace poco, me decía Vicent Soler apasionadamente, en tono coloquial: "¿Cómo es posible que mientras la gente estaba tranquilamente tomando cervezas en las terrazas de Belgrado sus compatriotas estaban masacrando a seres humanos?" ¿Qué filosofía o religión puede justificar semejante irracionalidad? Por eso, al hilo de esas barbaries que no podemos admitir con naturalidad, ni comprender ni justificar, seguimos preguntándonos: ¿No es acaso inconcebible, en el siglo XX, la existencia de la esclavitud? Todavía este inhumano comercio es una lacra de nuestro mundo. ¿Cómo podemos consentir que 250 millones de niños, entre los 5 y los 14 años -el equivalente de la población de Estados Unidos- trabajen? Pero no solamente esto, sino que un alto porcentaje de esos niños son víctimas de trabajo en condiciones de esclavitud, explotación sexual, sin olvidar a los niños soldado. Los organismos internacionales, que pagamos todos los ciudadanos, ¿no son capaces de denunciar y perseguir todas esas injusticias y proponer planes eficaces de escolarización de estos niños? Pero muy cerca de nosotros, también nos recordaba Ángel López en un lúcido artículo publicado en esta tribuna ("Nuestros kosovares", EL PAÍS, 19/06/99), la existencia de barrios como la Coma y las Mil Viviendas, en los que "sus moradores son historias de marginación, de paro, de familias desestructuradas, casi la mitad de los habitantes han pasado por la cárcel, un 90% está en paro" nos hacen cuestionarnos cómo, en la Valencia del Palacio de Congresos, de la ciudad de las Artes y Las Ciencias, podemos consentir todavía la existencia de esos ghettos. ¿Cómo es posible que la única solución arbitrada por las administraciones sea aumentar los recursos que generan dependencia, pasividad y asistencialismo? Sin embargo seguimos creyendo en este hombre -que somos cada uno de nosotros- capaz de lo peor, pero también de lo mejor. Por tanto hemos de tender la mano al oprimido, comprometernos a devolverle la esperanza y la dignidad, luchar por erradicar la injusticia y las estructuras que le impiden desarrollarse como hombre, y así se cumplan las palabras del salmo: "Lo hiciste poco inferior a los ángeles".

José Luis Ferrando Lada es Profesor de Teología y Filosofía.

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