"Catalanets, catalanets" M. VÁZQUEZ MONTALBÁN
Cuando el dinero de las televisiones entró en las arcas de los clubes de fútbol, muchas de ellas estaban llenas de telarañas y de pronto adquirieron categoría de caja fuerte de casino de Las Vegas. Entre la llegada del padrino tele, la ley Bosman y el especialísimo coeficiente intelectual y moral de los dirigentes de los clubes, casquería fina, milagroso encuentro de idiomas y talentos, de lengua y sesos, el fútbol español entró en la época de las vacas gordas pero locas. Por una parte había dinero largo y ancho para comprar en el mercado internacional y por otra se fijaron cláusulas de retención para los mejores jugadores españoles que traducían el viejo espíritu coplero de: o serás mío o no serás de nadie. Consecuencia de lo uno y lo otro ha sido el extrañamiento de los jugadores indígenas que no han saltado todavía al mercado internacional y que se han quedado mayoritariamente como segundones en el mercado español, salvo las excepciones percibibles, Raúl, Guardiola, Hierro. Si como compensación hubiéramos visto un fútbol de calidad extraordinaria, cabría resignarse. Quedaba cierto dolor de corazón al ver cómo se traficaba y se frustraban las esperanzas de los jóvenes jugadores nativos, obligados a no crecer, a quedarse en la condición de Peter Pan o de cedidos, o de culos de banquillo o de grada. Es fácil imaginar el clima que debe de reinar en las categorías juveniles y antes llamadas amateurs ante la evidencia de que vas a acabar de reserva o de retenido. Pero no, no hemos visto buen fútbol. Hemos visto fútbol de marca de entrenador, esos señores que se pasan el partido apuntando aforismos en una libretita o de pie metiéndose con el cuarto árbitro y cabeceando negativamente como diciéndole al público: estos catetos no han sabido interpretar bien mis genialidades. Salvo el Bilbao, que insiste en su política étnica, y el Numancia, que la eleva a la condición de etnia de Estado, los demás equipos parecen el Harlem Globe Trotters o la Legión Extranjera, con lo que se corría el riesgo de una desidentificación con el público. Este problema se ha resuelto creando la imagen del jugador étnico; en el Madrid, Raúl; en el Barcelona, Guardiola, que son el agnus dei qui tollis pecata mundi. Basta verlos en el campo para que el espectador reconozca a su tribu. Habría que pagarles su precio en oro y deberían estar subvencionados por la comunidad autónoma respectiva y por los departamentos de antropología y etnología de las universidades antropológica y étnicamente afines. De 20 equipos que juegan en la Primera División española, unos siete u ocho consiguen la superior identidad de la victoria y la competitividad internacional, pero los demás han de recurrir a otros procesos identificatorios y no está mal la solución de que uno, al menos uno de los componentes del equipo, juegue con boina; es un decir. No quiero ni imaginar el día en que se retire Guardiola, a no ser que Xavi cuaje como representante en la Tierra de la raza futbolística catalana y sea el pollo del Prat del Barça. Algo hay que hacer para prever las catástrofes genéticas que pueden asaltarnos en el momento más impensable y quedar expuestos a compartir el santuario con 11 extranjeros que no saben qué hacer cuando les someten al tratamiento de choque del encuentro con la Virgen de la Merced, y no digamos ya con la Moreneta, que es droga étnica dura. El amor a primera vista entre Núñez y Van Gaal -el amor es ciego- nos deja extramuros de la cámara nupcial tratando de entender con el cerebro lo que son cosas del corazón, pero a pesar de la alienación amorosa, el presidente Núñez sabe que su relativo talón de Aquiles lo tiene en la posición teórica inicial de la barretina. Por eso se lanzó al abismo de afirmar que nada hay más catalán que parir hijos en Cataluña y que por tanto los hijos de jugadores extranjeros nacidos en Cataluña catalanizan a sus padres y al club. O imaginativa o desesperada, la propuesta es étnicamente peligrosa y puede crear un conflicto internacional. Gozaremos de esos catalanets mientras sus padres tengan contrato en vigor, pero una vez finalizado, ¿qué será de esos niños catalanes? La tendencia egoísta pero muy extendida de los padres es llevarse a sus hijos cuando dejan un país extranjero, con lo que perderíamos parte de nuestro patrimonio nacional... He aquí un problema, no para la OTAN, socorro, por favor, sino para la Unicef y la ONU. ¿El derecho de retención de los jugadores extranjeros se aplica sobre sus hijos? ¿Se extenderá a estos neonatos una cláusula de rescisión de contrato proporcional a la que tienen sus padres? ¿Serán autorizados a abandonar Cataluña cuando termine el contrato paterno? ¿Llegaremos a situaciones de secuestro de hijos de jugadores extranjeros a cargo de un Cesid de la Generalitat o del propio Barça? ¿Todo quedará en algunos programas especiales de Paco Lobatón dedicados al ubi sunt de los niños expatriados? Podríamos llegar a un pacto. Los jugadores cobrarán la ficha, el plus de imagen y además una importante compensación por fertilidad si tienen uno, dos o tres hijos catalanes y otro plus si les llaman Núria o Jordi. Especial importancia tendría el nombre porque una vez alejados de nuestras entrañas, esos niños catalanizarían el mundo por el simple hecho de llevar nombres tan sagrados; es el caso de Núria, la hija de Shomberg, y de Jordi, hijo de Johan Cruyff. Bastaría este requisito para permitirles la marcha porque una vez lejos de Cataluña seguirán catalaneando por el mundo. Pero si no se llaman Núria o Jordi, o los padres devuelven el plus de fertilidad con la rebaja del tiempo en que sus hijos fueron utilizados por la propaganda étnica o a quedarse, siempre que la OTAN no diga lo contrario.
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