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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Último Tour del siglo

En vísperas del último Tour del siglo, el ciclismo vive envuelto en una maraña de sumarios judiciales, enfrentamientos entre instituciones y otras malas noticias. A día de hoy, no hay una referencia estable que sirva de guía de actuación, ni entre organismos deportivos ni entre equipos o corredores. Ante la falta de autoridad de la Unión Ciclista Internacional (UCI) ha sido el propio Tour el que ha decidido fijar un criterio, que le ha llevado a excluir a personas y equipos sin esperar a que los jueces franceses dicten sentencia sobre los sumarios abiertos. El aficionado al ciclismo ya no sabe a qué carta quedarse en cuestión tan sustancial como la elección de sus héroes. Pantani ha pasado de ser un escalador romántico a un deportista bajo sospecha. El joven Ullrich ha ido a los tribunales tras ser acusado de dopaje por un semanario. La sospecha se extiende a medida que los sumarios judiciales revelan que esa práctica era habitual en buena parte de los equipos. Resulta difícil creer que ese comportamiento se llevara a cabo en medio de la clandestinidad total.

Al ciclismo le ha faltado sentarse a una mesa con las cartas boca arriba, confesar sus pecados y fijar unos criterios aceptados por todos. No importaría que esos criterios los gestionara el propio Tour de Francia, aunque se trate de una empresa privada, dado que posee un indiscutible ascendiente moral sobre el ciclismo. Porque éste nació con el Tour, porque la más francesa de las carreras fue también la más europea de las competiciones, porque no pocos afirman que cierta idea de una Europa unida nació con el Tour. La carrera francesa ha sido escenario de grandes hazañas y un ejemplo de respeto a los grandes campeones, sin discriminar a nadie por su nacionalidad o su condición política.

La lucha contra el dopaje exige transparencia y firmeza. Los criterios fundamentales están claros: la ley debe cumplirse, con la salud no caben componendas, basta que un corredor respete la norma para que sea obligatoria para todos. A los aficionados les resulta indiferente que los corredores vayan a 30 o a 40 kilómetros por hora de media: lo que quieren es competición en igualdad de condiciones. La carrera debe ser consecuente con su espíritu fundacional, ese que llevó a De Gaulle a sentenciar un día que sólo una guerra podía impedir la salida del Tour.

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