CiU, ante su última carta
El autor considera que las próximas elecciones catalanas serán a vida o muerte para Convergència i Unió, que se jugará en ellas lo único que le queda: Jordi Pujol
Después de los espectaculares resultados de las elecciones europeas y municipales en Cataluña, las autonómicas, previstas para el otoño, serán para Convergència i Unió (CiU) una contienda a vida o muerte porque en ellas se jugará la única carta importante que le queda: la de Jordi Pujol. La única y la última. En las elecciones del pasado día 13, a CiU la abandonaron muchos de sus electores. Unos, la mayoría, se quedaron en casa. Otros votaron a Esquerra Republicana de Catalunya (ERC). Y otros optaron por el voto útil, aunque fuese el del Partit dels Socialistes de Catalunya (PSC-PSOE). No es la primera vez que esto ocurre, porque, como es bien sabido, las elecciones municipales en Cataluña, desde 1979, siempre las ha ganado la izquierda, y dentro de ella el PSC a gran distancia. Pero el resultado de estas últimas es muy especial por la rotundidad del mensaje: si en un momento tan delicado como éste tanto voto se ha rebelado por activa o por pasiva es porque los rechazos han ido mucho más lejos que antes.
CiU se define como un partido nacionalista, pero hoy ninguno de sus dirigentes parece capaz de explicar a sus votantes en qué consiste su nacionalismo. ¿Consiste, por ejemplo, en firmar la llamada Declaración de Barcelona y archivarla 48 horas después? ¿Es exigir selecciones deportivas propias mientras el Barça, uno de los aglutinantes básicos de la sociedad catalana, se convierte en una gran organización europea por encima de las fronteras? ¿Es introducir elementos de confusión y de crispación en torno al tema lingüístico en una sociedad catalana que ya se ha asentado, sin grandes problemas, en el bilingüismo? ¿Es utilizar su poder político para intentar crear una red mediática de su propio partido? ¿Es afirmar, como decían en su propaganda electoral, que uno de los proyectos de CiU es hacer desaparecer la Renfe? ¿Es pactar con el PP en Madrid y en el Parlament de Catalunya? ¿Es pelearse con él y acto seguido sacarle las castañas del fuego, y viceversa?
Alguien dirá, y es cierto, que también pactó con el PSOE en la última legislatura encabezada por éste. Pero si sus electores le castigaban poco por ello y le castigan tanto ahora es porque muchos de ellos deben pensar que no era ni es lo mismo pactar con los socialistas que con el PP. A muchos votantes de CiU podía no gustarles el pacto con los socialistas, pero muchos otros lo podían entender como un acuerdo circunstancial entre partidos que habían nacido y se habían desarrollado bajo el franquismo, que habían luchado por la autonomía y que representaban, por sí mismos, la diversidad de una misma sociedad plural como la catalana. Para estos mismos votantes tiene que ser, en cambio, muy difícil entender el pacto con un PP que en Cataluña no ha tenido, no tiene ni tendrá la misma presencia ni la misma legitimidad.
Éstos son algunos de los interrogantes que muchos votantes de CiU se plantean sin encontrar respuestas que les permitan entender el presente y avizorar el futuro. Pero, cuando hablo de presente y de futuro, no me refiero sólo a esto. En Cataluña, como en toda España y en toda Europa, estamos en una fase de cambios y los escenarios en que nos hemos movido en el pasado ya no son ni serán los mismos. Y el problema fundamental de CiU es que, en esta sociedad cambiante, su mensaje nacionalista se ha estancado.
CiU se ha quedado sin proyecto porque sabe que, en la construcción del nuevo espacio europeo, algunos de los conceptos fundamentales de su nacionalismo, como el de la independencia, se han quedado obsoletos. Pero, a la vez, no ha sabido definir una estrategia clara sobre el papel de Cataluña y de sus ciudades en el futuro marco europeo y, además, se ha metido en una confrontación sistemática con las ciudades catalanas gobernadas por la izquierda mientras dejaba las zonas rurales en manos de unos consejos comarcales que, a menudo, parecían una simple modernización de los viejos caciquismos.
Y ahora, después de la dura lección de esta última contienda electoral, CiU se enfrenta con otra, la de las elecciones a la Generalitat, en la que prácticamente sólo cuenta con la baza de Pujol.
No pretendo entrar en los problemas internos de CiU, pero es evidente que detrás de Pujol no hay nada ni nadie, como decía el torero, y que detrás de este nadie sólo se percibe una generación, no sé si nueva o intermedia, formada por gentes que ni han tenido la experiencia de un duro combate por las libertades y la autonomía de Cataluña ni tienen el sentido de la tolerancia y del pluralismo de las generaciones anteriores.
Esta nueva generación es, sin duda, más audaz y menos escrupulosa en la gestión de los negocios y en la batalla por los medios de comunicación, pero no la veo capaz de definir principios que entusiasmen ni valores que integren ni pasiones colectivas que ilusionen. Precisamente por esto pueden ser más duros y más implacables, pero una cosa es el mundo global de los negocios y otra una sociedad catalana plural y compleja que a veces se excita, pero que, en general, pone por delante el sentido común y la convivencia sin sobresaltos.
Ante la batalla decisiva que se aproxima en las próximas elecciones catalanas es seguro que Pujol y estos jóvenes lobos lanzarán mensajes rotundos, avanzarán propuestas radicales e incluso intentarán romper -o harán como que rompen- con la rémora de sus acuerdos con el PP. Pero, si ahora no se percibe a casi nadie en torno a Pujol, la campaña de los próximos meses puede hacer desaparecer de la pantalla incluso a CiU como conjunto, no sólo por las tensiones internas entre Convergència y Unió Democràtica, sino porque, como entidad, no le será fácil reconvertirse en una empresa de trabajo temporal gestionada por tecnócratas.
Si Pujol pierde las elecciones, CiU entrará en una crisis profunda; y si las gana, tres cuartos de lo mismo, porque con las arenas de su actual desierto no le va a ser fácil crear unos equipos capaces de gestionar el futuro inmediato ni va a poder lanzar unos programas creíbles después de tanta sequía. Es aquello de que todos los polvos acaban en lodos, pero con un añadido importante: esto es así si una autoridad indiscutible se permite el lujo de crear vacíos a su alrededor sin preparar el terreno para una futura cosecha.
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