Papeletas, papelones y papelotes
JAVIER MINA A uno le gustaría no hacerlo aunque para ello tuviera que parafrasear la célebre respuesta del viejo escribiente Bartleby cuando cierto día no menos célebre se plantó ante el trabajo que le presentaba su jefe con un: "Preferiría no hacerlo". Sólo que no todos tene-mos la suerte de ser Bartleby, y ni siquiera Melville, su inventor. Por ejemplo, ahora la mayoría nos hemos de conformar con ir de arúspices; digo porque nos toca meter las manos en las vísce-ras aún calientes y chorreantes de la urna para proferir alguna originalidad, o sea alguna tontería. Así que puestos a no callar-se más valdrá hablar de los ganadores porque de los que pierden no cabe esperar ni las gracias. Y quien dice ganador dice Otegi. Las cifras están ahí, aunque sea para advertir que olvidarse de las armas vale 68.000 votos, 200 concejales y un eurodiputado. Por mucho que con ello se contribuya a complicar un poco más el mosaico vasco. En eso estamos de acuerdo todos los colegas: miramos las entrañas de la bestia y con los brazos todavía chorreantes de morcilla decimos, ojo, aquí hay mosaico. Luego, algunos intentan buscar un denominador común, algo que pueda unir todas las piezas, sin percatarse de que sólo tienen de común el hecho de ser opciones. Si una cosa ha quedado clara en estos comicios es que la inmensa mayoría ya no está para esencialismos. En cuanto le ven las orejas al lobo del independentismo, quienes no son el lobo, es decir quienes no creen que su identidad ha de completarse con las valvas de una nación a estrenar, votan cualquier cosa. Ahí está el efecto Permach para probarlo. Cuando su nombre sonó para la alcaldía de San Sebastián, Odón recibió 9.000 votos extra, muchos de ellos emitidos por gentes nacionalistas o no saldrían las cuentas. Y a partir de aquí empiezan los problemas. Cuando Otegi asegura que acaba de iniciarse la cuenta atrás para el Estado Vasco bien podría significar que está empezando el reculón; vaya, que a partir de ahora se les podría ir alejando cada vez más la Tierra Prometida, en una situación similar a la de Tántalo, que cuanta más sed sufría y más cerca tenía el agua más se le escapaba. El tirón electoral de EH está muy relacionado el alto el fuego de ETA, pero, por mucho que falte para la disolución de la banda, resulta inimaginable una repetición infinita de actos de tregua con el fin de producir tirones, por lo que no resulta aventu-rado asegurar que EH podría haber tocado techo. Además, el tren de Lizarra parece haber mareado al PNV. Y no digamos a EA. Tras una primera tanda de fugas la cosa podría estabilizarse (magro consuelo para un EA en chasis), a condición de cambiar de tren y coger el que no lleve a Independence City. Porque en el viaje se pierde mucho poder. Y aquí es donde entra el dilema del prisionero. Dilema que se plantea cuando, por ejemplo, detienen por un delito menor a dos implicados en un delito mayor pero les ofrecen la posibilidad de cumplir un año de cárcel por lo menor o salir libres a cambio de denunciar en lo mayor al otro, que en tal caso cumpliría cinco años. Parece evidente que la única situación ganadora es la de colaboración porque bien podría ocurrir que, por querer librarse, ambos se denuncia-ran mutuamente y cumplieran la máxima condena. Pues bien, PNV y EH se hallan atrapados en un dilema parecido. Aunque cojo. Para EH la colaboración con el PNV se antoja vital, pero más en los ayuntamientos que en el propio Gobierno, para poder así articular la famosa Asamblea de Municipios que lleve a la nación. En cambio, el PNV podría estar tentado de abandonarle municipalmente hablando porque eso lleva a Liza-rra, o sea a la ruina. Pero le gustaría mantener un acuerdo de go-bierno que le da estabilidad. Cosa por la que EH, en su postura de si en Vitoria también en Lizarra, no parece dispuesto a pasar. ¿Pero está en condiciones de exigir? Aquí interviene la cojera del dilema, porque EH se encuentra a merced de lo que escoja el otro quien, por decidir primero, ya gana. Se aleja el expreso de Estella y deja flotando en el aire lo que no es carbonilla sino un rictus de Egibar de Cheshire.
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