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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Nelson Mandela

No hace tanto que la República Surafricana era un país proscrito en el concierto internacional, de muy oscuro futuro, donde el 10% de sus habitantes imponía, con el apoyo de los tanques, la supremacía blanca. Su transformación en una emergente democracia multirracial y el respeto de que goza se debe básicamente a un hombre de 80 años, Nelson Mandela, el primer presidente negro de Suráfrica, que abandona hoy la jefatura del Estado abrumado por casi todos los honores que pueden converger en un ser humano, incluido el de dar nombre a una partícula nuclear. Pocas naciones en tránsito hacia un modelo democrático han establecido tan rápidamente un sistema político consistente, amparado en una Constitución impar por su liberalismo, en un continente donde la regla es el abuso y la opresión. La Suráfrica delineada por Mandela -con la palabra reconciliación como argumento supremo- ha visto en cinco años una genuina transferencia del poder y la progresiva implantación del respeto por la ley, sin que se haya producido el baño de sangre que casi todos vaticinaban. El presidente ha sabido a la vez impulsar la tolerancia y resistir la tentación fácil del populismo.

Los 27 años que el líder guerrillero pasó como prisionero político le dieron la imponente autoridad moral que necesitaba para hablar en nombre de los negros surafricanos y conducirles a hacer la paz con sus antiguos opresores.

En las elecciones de 1994, cuatro años después de que Mandela saliera del presidio de Robben Island tras una larga negociación secreta con el poder blanco, el Gobierno del apartheid rendía clamorosamente su bastión al Congreso Nacional Africano. Su decisión entonces de ser presidente sólo durante un mandato ha sentado un precedente decisivo para la transferencia del poder. Su estatura ha mantenido la cohesión en una sociedad multirracial y multiétnica durante los momentos cruciales.

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Como pocos, Mandela personifica a los ojos del mundo un pueblo y sus esperanzas, un combate y un destino. Es imperativo recordarlo el día que tan dignamente cede el papel estelar a Thabo Mbeki y abandona el escenario por los bastidores de Suráfrica.

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