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JAIME ESQUEMBRE Lo mejor de una campaña electoral es que siempre termina, y una vez paridas las urnas sólo quedan un par de días de lamentos y farras para que podamos pisar la calle con normalidad, sin estruendosas megafonías de dispares mensajes, sin tener que soportar la impactante imagen de los candidatos y candidatas dispuesta en paredes y paneles y, sobre todo, sin sentir el acoso, físico y psíquico, al que los partidos políticos someten a los ciudadanos con la excusa de fomentar el ejercicio democrático de acudir a votar, cuando lo que realmente pretenden es que la papeleta elegida sea la suya. Y resulta que, en ocasiones, esa democracia que tanto mimamos todos es terriblemente cruel con algunos. Se me ocurren varios ejemplos, pero los quiero personalizar todos en una mujer que en los últimos cuatro años se ha dejado la piel por los más desfavorecidos, por las capas marginadas de la sociedad, por los inmigrantes, por los gitanos, por los drogadictos y los sintecho, por las prostitutas, por los mendigos. Se sentía, y se siente, tan obligada a ellos, que no le ha importado que la llamaran loca por emplear su tiempo y los medios públicos a su alcance para mejorar situaciones. Personales, porque en las globales es imposible incidir desde la oposición. Esa candidata no ha conseguido la reelección, víctima de unas siglas que llevan años en crisis y que en esta consulta electoral se han estrellado estrepitosamente. La explicación a su salida de la vida pública puede estar, en origen y en destino, es sus mismos protegidos. Estos colectivos sociales, mal que nos pese, no acuden a las urnas, y lo más probable es que no se hayan enterado que se habían convocado elecciones, y que a ellas concurría esa loca bajita que los ha defendido a capa y espada. A Camino Remiro, a la que ya podemos aplicar la nomenclatura de ex concejal de EU en Alicante, le queda la alternativa de mantener esa lucha en los ámbitos extragubernativos con los que también está vinculada. Mientras tanto, el domingo empiezan las fogueres. A disfrutar.