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Reportaje:

Naufragios valencianos

El vapor era una inmensa hoguera en un mar embravecido. Medio asfixiados por la humareda y exhaustos tras dos días batallando en vano contra el fuego, la mayoría de los 86 tripulantes del San Agustín escucharon la última orden del capitán como si dictara su pena de muerte: Sólo quedaban dos botes salvavidas. Sólo subirían a ellos los hombres casados. La desesperación reinó desde la proa a la popa. El segundo de a bordo se metió en su camarote y se pegó un tiro de revólver en la cabeza; un bombero se mató de una puñalada en el corazón; una decena de tripulantes enloquecidos se arrojaron al mar y se ahogaron. Cayeron los palos y las chimeneas. La cubierta se hundió y el casco se convirtió en un horno colosal que abrasaba la suela de los zapatos y cegaba los ojos. Una treintena de marineros, casi todos de El Cabanyal, perecieron en la tragedia de aquel buque del marqués de Campo -uno de los burgueses más influyentes de Valencia- que se incendió el 16 de diciembre de 1886 a 150 millas de A Coruña. Los dramas del San Agustín y otras naves tripuladas por marinos de El Cabanyal han sido rescatados del olvido gracias al dietario de un viejo lobo de mar. José Huertas Morión (Jerez de la Frontera, 1909-Valencia, 1998) pasó 35 años, siete meses y 13 días a bordo de 60 naves, desde barcas de 16 metros de eslora a grandes mercantes. Pescó bacalao en Terranova, navegó hasta Guatemala y desembarcó en islotes de magnates del cine. En 1971, cuando la edad le obligó a dejar la navegación activa, se afincó en El Cabanyal y pasó los 28 últimos años de su vida recopilando las peripecias de los marinos valencianos desde el siglo pasado. Un vecino de este barrio, Josep Vicent Boira, profesor de Geografia de la Universidad de Valencia, ha estudiado y contrastado la voluminosa documentación de Huertas -cuatro volúmenes con 156 capítulos- y ha seleccionado los pasajes más destacados. Estas aventuras salobres conforman la urdimbre de cuatro libros que verán la luz en breve, publicados por la Diputación de Valencia, y desempolvarán la memoria marinera de El Cabanyal. Boira destaca la influencia de estos naufragios en la evolución del puerto de Valencia. Como la tragedia de cuatro fragatas que transportaban guano desde El Callao y se hundieron en 1867 durante una tormenta frente al puerto. Murieron 40 tripulantes. "No pudieron cobijarse en el puerto por su escaso calado y se desató una polémica sobre la seguridad del puerto", comenta. En 1892, el pesquero San Manuel se hundió cuando intentaba entrar al puerto en una tempestad. Muchos vecinos de El Cabanyal presenciaron la tragedia. Se ahogaron cuatro tripulantes. El naufragio puso de manifiesto otro defecto del puerto: estaba tan mal diseñado que, cuando soplaba viento del noreste los barcos chocaban con el contramuelle o embarrancaban en Natzaret y Pinedo. En esta playa naufragó en 1908 el vapor Villarreal, que traía 400 toneladas de sal de Torrevieja. Las olas arrojaron a la playa los cadáveres de las 11 víctimas. En 1916 el Mariano Benlliure se hundió camino de Liverpool con su carga de naranjas. Murieron 45 marinos, casi todos de El Cabanyal. Boira subraya que los textos de Huertas retratan "un Cabanyal en negro, muy distinto a los lienzos luminosos de Sorolla". Con la epidemia del cólera que obligó a los vecinos a acampar en la playa en 1885, el incendio que destruyó 300 casas en 1875 y el hambre que les llevó a abordar en 1901 las barcas que arrojaban al mar 2.000 kilos de bacalao en malas condiciones. La hambruna aguzaba tanto el ingenio que aquellos marinos de El Cabanyal cargaban sus barcas con cebollas y naranjas, y las vendían en Orán o Marsella. Huertas relata que con estas barcas de vela latina se atrevieron a cruzar el Atlántico para llevar hortalizas o correos a Veracruz y al Río de la Plata.

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