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En el 14-J y después

Una vez más las encuestas han venido a fallar: nadie previó la variable más importante determinadora del resultado electoral: una participación muy baja. Incluso aquí, donde votan hasta las piedras desde el Trienio, como gusta decir Lluís Aguiló, la participación no ha llegado al 70%. Que la abstención no es neutral, y que, en todo caso, no lo ha sido en el presente supuesto queda bien claro a la vista de la comparación con las anteriores convocatorias electorales, en especial la dominante, esto es la del 95: si el señor Arenas lleva razón al subrayar que el espacio dominado por la izquierda se ha contraído, la lleva no porque haya un crecimiento notable del PP, sino porque una parte significativa del electoraldo de la izquierda no ha ido a las urnas el domingo. Y, la verdad sea dicha, a la vista de la combinación de despropósitos socialistas y de la progresiva estalinización de IU, no parece que esa haya sido una opción irrazonable. Aun así, una consideración española del resultado de la elección explica muy bien las sonrisas de Ferraz, que pierde, y las caras largas de Génova, que gana. A pesar de un escenario difícilmente mejorable para el PP los socialistas mejoran tanto en relación con las europeas del 94 como con las autonómicas y municipales de 95, de tal modo que la oposición progresa y la mayoría retrocede entre los electores y pierde posiciones de poder, cuántas lo dirá la política de alianzas. Los inconvenientes de contar con un electorado fiel (el colchón) que es estructuralmente minoritario en el caso del PP, y la ceguera de una estrategia incapaz de articular políticas que propicien su expansión tiene costes muy onerosos. Si el PSOE, sin un liderazgo reconocido, sin un proyecto alternativo consistente y reconocible, y con los problemas internos del dominio público consigue recuperar posiciones en un escenario económico como el que hay, el PP lo tiene crudo en las legislativas: difícilmente puede ir mucho más allá de la posición cuasimayoritaria que ya tiene. Y la derrota no es probable, pero posible si lo es, vaya si lo es. Es más, que la distancia sea menor en la elección de mayor ámbito, la única elección nacional de nuestro sistema electoral, abona la tesis de Almunia: Rosa for president! Es precisamente ese contexto lo que hace particularmente destacable el éxito de los conservadores aquí. Es indudable que si algo le debe ser reconocido a la señora Barberá es su tirón (Rita es un líder, como dice un amigo socialista), y que el motto del señor Zaplana debería ser: "J"ose", esto es, "Yo me atrevo". La victoria de la señora Barberá es contundente, aunque cierto es que lo tenía fácil, aunque menos fácil de lo que parecía. El juicio del señor González sobre la señora Noguera tiene cada vez mayores visos de ser acertado. Pero aún así jugar contra un fenómeno político con la debilísima estructura socialista en la ciudad tenía un resultado cantado. Otra historia es la Generalitat, porque el señor Zaplana ha jugado fuerte, muy fuerte, y le ha salido bien una jugada en extremo difícil. Tan difícil que si UV tuviera 7.000 votos más y el Bloc 11.00, siete escaños cambiarían de manos y el PP quedaría por debajo de la mayoría absoluta. Un punto más de participación y la cosa hubiera salido mal. Pero salió bien. Una lectura simplista atribuiría el éxito a la fortuna de una estrategia electoral. Pero aunque eso sea verdad, es sólo una pequeña parte de la verdad. La parte sustantiva de la verdad es que el éxito del PP tiene raíces sólidas, tan sólidas que los conservadores valencianos se han permitido el lujo de ser, con los de Murcia, los únicos que crecen, y no poco por cierto. Es bien cierto que los partidos de la izquerda estatal han hecho todo lo posible, en ocasiones yendo más allá de lo que alcanzaba la imaginación, para segarse la yerba bajo los pies y espantar al personal, pero no es menos cierto que los conservadores son mayoritarios desde 1992/3, y aún no hemos visto en esa izquierda el menor análisis oficial de la inversión que se dio entre las autonómicas del 91 y las legislativas del 93. Una explicación de por qué el naranjo pasa del rosa al azul y una parte sustantiva de las clases medias bascula a la derecha, y el diseño de estrategias para revertir la tendencia, está por hacer. Porque de seguir como estamos el relevo tendrá que esperar a que los populares se autodestruyan. Si bien hay que observar que en la cuestión clave de la sanidad los conservadores se han colocado ya algunas minas.

Manuel Martínez Sospedra es catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Valencia.

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