Obstáculos en coalición
Cristina Almeida y Fernando Morán han sorteado numerosas difucultades para acreditarse dentro de la coalición PSOE-Progresistas
Cristina Almeida, candidata de la coalición PSOE-Progresistas al Gobierno regional, ha desarrollado su campaña electoral con al menos cuatro espadas de Damocles sobre su cabeza. La aparentemente inamovible posición de partida ante el electorado de su rival, Ruiz-Gallardón. La derivada de su incrustación por arriba en una coalición donde ella encarnaba a la minoría coligada. Su dependencia, para ganar las elecciones, de un partido de izquierda, IU, del que ella formó parte. Y en cuarto lugar, las inercias de las cúpulas políticas para admitir nuevos dirigentes. A lo largo de su campaña electoral, que Isabel Vilallonga, dirigente del PDNI de Madrid, considera "demasiado corta en el tiempo y necesitada de una precampaña que no ha existido", Cristina Almeida ha optado por el desplazamiento horizontal para esquivar las cuatro espadas.
El terreno al que ha salido a respirar Almeida no ha sido el de la gestión; en este ámbito, su rival Ruiz-Gallardón le aventajaba de partida con creces. Ella intentó sin éxito demostrar que el metro, talismán del presidente regional, no era un regalo de la presidencia de la Comunidad, sino un derecho de los ciudadanos, pero careció de tiempo para desarrollar este argumento y acabó por desecharlo. Por ello, frente al capítulo de la gestión, ha buscado una asimetría donde plantearle el combate con mayor comodidad. A los números de Ruiz-Gallardón ella opuso otros valores.
El principal valor social en alza es, a su juicio, la mujer considerada en un sentido amplio. Por esta razón, en su campaña, Almeida ha acudido a esquemas muy simples, pero aparentemente eficaces, para movilizar el voto femenino madrileño. Y ello a sabiendas de que su apuesta podía provocar, entre la izquierda más cualificada y el centrismo ilustrado, acusaciones de populismo.
En cuanto a las resistencias derivadas de su llegada por arriba a la cabeza de la coalición PSOE-Progresistas, Almeida quiso sortear el campo minado al que los hechos podrían haberle conducido recurriendo a la ilusión. Tras sus reiteradas menciones de este concepto vago, Almeida movilizó su energía en restañar tantas heridas creadas en las filas socialistas, y de la izquierda en general, por la decepción que permanecía instalada en amplios sectores de su electorado.
Para atajar las resistencias de la otra izquierda, de cuyas filas, orgánicamente, ya no forma parte, Almeida redujo al mínimo sus críticas a Izquierda Unida, ciñéndose a asegurar que fue esa coalición la que la echó de sus lares. Pero sin ir nunca más allá y con la mira puesta, tácticamente, en el día después de los comicios.
A juicio de sus allegados, las opciones que Almeida ha ido siguiendo no han obedecido tanto a la premeditación calculada y fría, sino al instinto natural político de la abogada extremeña, acostumbrada a sortear, en los foros, las normas más compactas y a encontrar las rendijas por las cuales introducir argumentos de sentido común.
Su pasada etapa de comparecencia en tertulias públicas ante las cámaras de televisión, que tanto dañó su propio prestigio, según gentes cercanas a Almeida, ha sabido rentabilizarla mediante la popularidad que de aquélla derivó entre gentes que la conocieron por su asistencia a aquéllas. Sorteando los filos de las cuatro espadas, Almeida no parece haber sufrido considerables enganches de su ropa. Su imagen política, que es el principal patrimonio de Nueva Izquierda y de ella misma, parece blindarla ante nuevas celadas.
La cultura de las primarias
En cuanto a la campaña electoral de Fernando Morán a la alcaldía de Madrid por la coalición PSOE-Progresistas, se ha visto sembrada de obstáculos políticos, surgidos puertas adentro de las filas socialistas: desde la falta de referencias en su partido respecto a la nueva cultura surgida de las primarias, sin precedentes en el PSOE, que le llevaron a él la cabeza de su candidatura; hasta la dimisión de José Borrell en plena campaña.Morán tuvo también que sortear reticencias socialistas hacia Nueva Izquierda, amén de las de Izquierda Unida por esta alianza, que permitían a IU endurecer de antemano posibles pactos poselectorales. La vicisitudes políticas de la campaña de Morán arrancan de su elección, en junio de 1998, como candidato a alcalde tras unas elecciones primarias, las primeras de este tipo que el PSOE realizaba. En aquellos comicios internos, Fernando Morán desbancó por una apretada ventaja a Joaquín Leguina, presidente del Gobierno regional madrileño durante 12 años, que competía con él con pronósticos holgadamente favorables.
El cambio de voto del sector denominado Renovadores por la Base resultó decisivo para la victoria de Morán. El desenlace de las primarias sorprendió a muchos, pero proyectó efectos adversos poco después, durante la confección de su candidatura. Los intereses de poderosos sectores del aparato de la Federación Socialista Madrileña pugnaron por primar sobre los de Morán, que manifestó su deseo de contar con un núcleo de confianza visto con recelo por aquéllos. Amagó con marcharse. Tras una ardua negociación, en la que el secretario general del PSOE, Joaquín Almunia, llamó al orden a los sectores en liza, Morán consiguió situar a cinco personas de su máxima confianza entre los 20 primeros puestos de su candidatura.
Una vez sorteadas aquellas espinosas cuestiones, Morán comenzó su campaña con un discurso político de un tono desprovisto de intentos de hacer sangre sobre su rival del PP, José María Álvarez del Manzano, a la sazón dañado por el descubrimiento de nexos del concejal de Obras, Enrique Villoria, 18 años en cargos municipales, con empresas que contrataban actividades con el Ayuntamiento. "Lo tenía a tiro, pero no quiso", se quejaba la noche electoral una persona de Nueva Izquierda.
Los contenidos de la campaña de Fernando Morán se han centrado en la transmisión de un mensaje de izquierda, orientado a reacreditar el peso de las ideas en el juego político. Otro de los ejes de su discurso ha sido, según sus testimonios, el de "dignificar la política", propósito que permitía interpretaciones en clave interna. El reto que Fernando Morán afrontaba en estas elecciones era pues triple. En pleno empeño por afirmarse en el seno del PSOE, inhabituado a las primarias, sobrevino la dimisión de José Borrell, candidato electo del PSOE a la presidencia del Gobierno tras las primarias de abril de 1998. Este hecho afectó parcial e indirectamente los intereses políticos de Morán en su pugna por la alcaldía y, de rebote, también a Almeida. Por otra parte, Morán, cuya experiencia anterior se centraba en la política exterior, sin familiaridad alguna con los asuntos municipales, debía formarse en estas lides y elaborar un programa atractivo para los votantes de Madrid, tras ocho años de gobierno municipal ininterrumpido del PP.
En tercer lugar, topaba con una fase política caracterizada por la potencial erosión electoral del PSOE, tras 13 años de Gobierno de Felipe González, con quien sus nexos políticos y personales nunca fueron excelentes. La ausencia de González de la campaña en Madrid fue un hecho significativo. El aparato se mostró tacaño a las demandas del candidato a la alcaldía.
Morán ha dicho, reiteradamente, que su elección como alcalde de Madrid dependería de la suma de los votantes tradicionales del PSOE e Izquierda Unida. Por ello, y con su aquiescencia, el PSOE integró en una coalición electoral, con reticencias de la base y de la cúpula socialistas sobre cuotas electorales, al Partido Democrático de la Nueva Izquierda, escisión de Izquierda Unida, que le brindó, además del liderazgo social de Cristina Almeida, un grupo de experimentados dirigentes, como Isabel Vilallonga, ex diputada y ex concejal.
La alianza con el PDNI proyectó, por otra parte, dificultades sobre eventuales alianzas poselectorales con Izquierda Unida, necesarias, según las recientes experiencias electorales y conforme a sus propios cálculos, para gobernar no sólo en Madrid, sino también en buena parte de las principales ciudades del área metropolitana, destacadamente en el sur.
Envite envenenado
Ambas campañas electorales se han caracterizado, además, por una iconografía que fuentes próximas a Fernando Morán y a Cristina Almeida han calificado de "tétrica" y de "desacelerada", respectivamente. Otras fuentes socialistas explicaron que se intentaba dar una imagen de austeridad y de sobriedad, habida cuenta de los efectos devastadores de los episodios de corrupción registrados anteriormente en las filas del PSOE. Pero consideraciones de sentido común interpretaron esa supuesta parquedad en desidia del aparato o, incluso, según una versión considerada peregrina, en deseos de no ganar las elecciones para excitar un envite envenenado al PP con miras a forzarle a demostrar la supuesta falta de ideas en decisivas pruebas electorales por venir. En el terreno de los contenidos de las dos campañas, dentro de las filas del PSOE se siguió una línea orientada a captar el voto centrista. Un miembro de la ejecutiva de Nueva Izquierda, por su parte, que prefiere no dar su nombre, asegura que su formación política pugnó por imponer una línea que consideraba que el filón de votos para avanzar procedía de la izquierda. "Estaba cantado su hundimiento", señala otro dirigente. De esta manera, el PDNI fortalecía su propia peana dentro de la coalición con el PSOE. Según otras fuentes, no tenía en cuenta que este regate táctico podía cercenar estratégicamente la base de un aliado obligado como IU, considerado por dirigentes socialistas, entre otros el propio Morán, como imprescindible para trabar alianzas de gobierno tras el 13-J.
Por su parte, Cristina Narbona, candidata número dos al Ayuntamiento, cree pese a todo que, "tras las elecciones, el bipartidismo goza de buena salud".
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