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Sembrador de granito

El alcalde de Salamanca enlosa calles, pero mantiene congelado el consorcio de la capital cultural europea

, El alcalde popular de Salamanca, Julián Lanzarote, enarbola para buscar la reelección el título de Ciudad Europea de la Cultura 2002 y el granito que ha sembrado por las calles, aún patas arriba en varios puntos conflictivos. Y son precisamente los flancos cultural y urbanizador las principales armas de la oposición contra él. Un año después del logro de la capitalidad europea del 2002, Lanzarote no ha conseguido poner en marcha el consorcio entre instituciones, lo que motiva reproches de falta de ideas y tiempo quemado. Una crítica que incide en la falta de modelo de ciudad y de programa cultural y en el hecho de que no se utilice el título para dotar a la ciudad de infraestructuras culturales y de comunicaciones. A su mimoso trato a los suelos se replica que la uniformidad granítica ha despersonalizado puntos peculiares de una ciudad peculiar como el Patio Chico, las calles de Tentenecio y San Pablo, entre otros. "Hay que ver lo que ha cambiado este hombre", recuerdan quienes conocieron una docena de años atrás a este "salmantino hasta la médula", según la biografía difundida por el PP. Nació hace 47 años, en el seno de una modesta familia de ferroviario que se sacrificó para enviarlo al colegio de más copete, los Maristas; luego cursó Derecho y es asesor jurídico en excedencia de la Cámara de Comercio. Su discreción se tornó en polvorín verbal a raíz de su entrada en política en 1987 para formar parte del equipo del PP que gobernó la ciudad. Las áreas de Urbanismo, Infraestructuras y Policía permitieron a Lanzarote moverse con cierto aire, aunque el protagonismo le llegó en 1991 cuando el PP quedó en la oposición y él se convirtió en portavoz. Su incontinencia verbal suministró permanentes titulares al tiempo que le resultó rentable en su partido, en el que se alzó primero como secretario provincial y al año siguiente, en 1993, como presidente, aunque tuviera que arrinconar a sus amigos Fernando Fernández de Trocóniz, Manuel Estella y al senador incombustible Casimiro Hernández Calvo, al que llegó a controlar los libros del grupo en la Diputación para ver si lo pillaba en algún desliz. La férrea disciplina impuesta, con el apoyo de los cachorros del PP, le garantizó el control de un partido con tradición levantisca. Militantes de relieve aún esperan que llegue el día de su desquite. Los coqueteos del Gobierno socialista sobre la cesión de legajos del Archivo de la Guerra Civil a Cataluña propiciaron el acceso a la alcaldía en 1995. Y lo primero que hizo el también entonces senador fue arrasar hasta los cimientos los proyectos estelares de los socialistas. Envió a la guillotina el prólogo de su antecesor socialista, Jesús Málaga, a un libro editado por el Ayuntamiento: argumentó que "un alcalde no puede entregar un libro con prólogo firmado por su antecesor". Poco antes había intentado impedir que el escultor Agustín Ibarrola continuara asentando su bosque de troncos pintados. Una llamada de Madrid salvó la instalación, pero no del todo: hace unos meses el alcalde cumplió su voluntad y el bosque, dejado morir, yace ahora en un almacén. Tampoco se salvó el proyecto señero de los socialistas, pese a que el propio Lanzarote lo había apoyado y el presidente regional, Juan José Lucas, había comprometido su firma en acto solemne para financiar las obras de un teatro público con capacidad para espectáculos modernos y con proyecto de Juan Navarro Baldeweg. Alegó que se trataba de un proyecto "megalómano" y lo sustituyó por la compra del Teatro Liceo por 477 millones, con sólo 732 butacas, y cuya restauración aún no comenzada cuesta más de 1.100 millones. Cuando fechas atrás en un acto musical con público culto se le afeó su decisión no pudo contener su torrente verbal y calificó de "tontom-macut" y "haitianos" a sus opositores.

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