Con la m... hasta el cuello AGUSTÍ FANCELLI
Decimocuarto día. Hoy: La extraña pareja, con Felipe González y Jordi Pujol. La política se aleja de los ciudadanos de manera alarmante. En el caso de la mierda, tanto como en muchos otros. Normalmente, y salvo algunas fantasías de carácter lúdico-poético, los administrados mantenemos con nuestras caquitas una relación unipersonal y secreta: las miramos de reojo para autodiagnosticarnos y rápidamente las hacemos desaparecer desagüe abajo. Incluso, tras deponer, acostumbramos a lavarnos las manos y abrir la ventana del baño a fin de no dejar rastro. Pues bien, hete aquí que para nuestros políticos la mierda es cosa de dos. Lo dijo el otro día Felipe González en Extremadura, sin duda llevado por el espíritu de franca camaradería que encuentra por aquellas tierras: "Aznar y Anguita son la misma mierda". Se aprestó a rectificar poco después: quería decir que eran la misma cosa, y a saber en qué cosa estaría él pensando. Me he precipitado al archivo. Creía recordar que para Jordi Pujol la mierda también era una cuestión dual. No me equivocaba. Noviembre de 1992, reunión del presidente de la Generalitat con militantes de la federación de Barcelona de Convergència Democràtica, en plena pugna con Miquel Roca, que había abandonado hacía poco la secretaría general del partido, y con Narcís Serra, al que Pujol hacía responsable de promover un informe de la fiscalía sobre los avales concedidos por el Gobierno autónomo a diversas empresas. "¡A los socialistas los mandáis a la mierda de dos en dos!", tronó Pujol en aquella ocasión. Él también se excusó posteriormente: dijo que no se refería a todos los socialistas, sino sólo a algunos. Pero no desveló por qué enviaba a sus oponentes a tan ingrato lugar por parejas, fueran de hecho o de derecho. Extraña fijación de la política patria de que el reparto de la tifa sea cosa de dos, cheek to cheek. ¿No se podría ampliar la oferta? Dante dio un trato mucho más generoso a ya no recuerdo qué categoría de pecadores. Imaginó una gran laguna de excrementos y allí los metió democráticamente a todos, nadando entre zurullos sin distinciones de razas ni credos. Qué duda cabe de que nuestra política se ha vuelto cada vez más restrictiva, convirtiéndose en un excusado al que sólo pueden acceder unos pocos privilegiados, siempre que lo hagan cogidos de la manita. Se hace perentorio redactar un manifiesto firmado por los mejores intelectuales del país para devolver a la mierda su carácter público frente a los intentos de privatización que está sufriendo por parte de una oligarquía cada vez más voraz e insaciable. Nadie debe quedar excluido del pastel si queremos avanzar por la senda de la participación democrática. Compañeros, agrupémonos todos en la lucha final. Digamos con una sola voz: ¡la mierda, para quien la trabaja!
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