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Reportaje:

40 años de Mortadelo y Filemón

El dibujante Francisco Ibáñez recibe un homenaje de sus lectores en la Feria del Libro de Madrid

Lleva 50 años doblando el espinazo sobre una mesa de dibujo. A Francisco Ibáñez (Barcelona, 1936), creador de una galería de personajes, la mayoría unos piernas, como Pepe Gotera y Otilio, el botones Sacarino y Rompetechos (su personaje favorito), se le rindió ayer un homenaje en la Feria del Libro de Madrid. Mortadelo y Filemón, un par de detectives en versión española, cumplen 40 años. Son un par de supervivientes -seguidos por tres generaciones de españoles- que no conocen las épocas de vacas flacas del cómic.A Ibáñez la inspiración le viene despúes de hincar mucho los codos, según cuenta. "Las musas son zarandajas, a mí no me vienen jamás. Y alguna cosa graciosa que ves por la calle, la pasas al papel y queda un sosada. Después de 40 años de disfrazar a Mortadelo y Filemón de tantas cosas, a veces, me digo: ¿Y ahora qué hago? Entonces cojo la Espasa, veo un bichito nuevo y se lo pongo, es una fuente de inspiración", relata este dibujante, vestido con un traje impoluto, dispuesto a recibir a los más de 100 asistentes que le esperaban en el parque del Retiro. Un público en el que la mayoría pasaba de los cincuenta. "A mí esto de los homenajes me suena un poco a la caja de pino".

Pero, nada más entregarle una placa de plata, dijo: "Voy a intentar contener el lagrimón. La emoción es doble y casi se cierra un círculo que se inició hace cincuenta y tantos años. Empecé en esta ciudad en la revista Chicos, que costaba cinco durillos. El primer dinerillo que ganaba en mi profesión. Y, después de 50 años, esta ciudad me abre sus brazos. Veo a estos chicos que han aguantado estoicamente colas bajo el sol, y que les arde el libro. Luego miro a esas señoras y pienso que han comprado un Mortadelo y Filemón para algún regalito, que tengo que firmar. Y les pregunto: ¿Cómo se llama el chico? "Pero qué chico; que no, hombre, que es para mí, que te sigo hace 40 años", me dicen, y me emociono", relata este hijo de madre andaluza y padre alicantino, perito mercantil, que antes de ser dibujante pasó unos años de botones en el Banesto.

Los orígenes de Filemón, una especie de Sherlock Holmes, y su ayudante Mortadelo se fraguaron en los finales de los cincuenta. Y fueron un producto, "consciente o inconsciente", según su creador, de esa España pesimista y postrada que inauguraba el Valle de los Caídos.

Una de sus consecuencias es que Mortadelo y Filemón no le vacilan ni a su secretaria Ofelia. "Con la censura no podía dibujar a una muchacha. Ese bulto de delante, fuera; ese bulto de atrás, fuera. Luego, después de tantos años, acusan la inercia y por eso no ligan. Pero, claro, me preguntaban los lectores qué pasaba con esos chicos que se hacían las cosas solitos, que si no sería porque eran unos raritos, y me decían que si yo sería otro raro. Entonces, saqué el tomo 40 para destruir esa idea y les puse, por lo menos, intentando ligar, porque lo que es otra cosa...".

Ibáñez dibuja ahora con este par de granujas seis álbumes al año (publicados por Ediciones B); en total, más de 150 tomos sobre sus espaldas, "un disparate", dice este autor traducido a varios idiomas. Para él, lo más difícil es el guión. "Los lectores no quieren ver una obra de arte, para eso se van al Museo del Prado; quieren reírse, aunque sea de ombligo para abajo. Por eso la parte gráfica es un 30% y el resto es guión". Ibáñez niega cualquier atisbo político en sus historias. Incluso cuando se le recuerda que en un especial sobre el Mundial de fútbol sacó a Aznar diciendo sandeces y a la gaviota del PP transformada en un buitre. "No, no. Si saco políticos no son más que un personaje más y ahí se acabó todo".

Mortadelo y Filemón no son más que unos personajes puestos al día, según su autor. Fiel a sí mismo, las tres últimas historias son: El tirano, una especie de Pinochet ("no digo que lo sea", aclara) perseguido por unos policías patibularios; La Mier, una historieta sobre la estación espacial MIR, y El Impeachment de Clinton (aún inédito), en donde la secretaria Ofelia se ve convertida en un simulacro de Lewinsky.

Cuando Ibáñez ve publicadas sus historias, escritas en una vieja máquina de escribir, es el único momento en el que le hacen reír. Las lee y piensa que esos tipos tienen futuro.

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