Cuento de ogros
La muerte a golpes de un niño de cinco años en un piso de la calle de Embajadores de Madrid es uno de esos episodios de horror que sacuden de vez en cuando la conciencia social para recordar que los ogros sí existen y que a veces son los padres. Mohamed vivió los últimos meses de su vida desgraciada entre golpes, malos tratos y torturas, hasta el punto de que su pequeño cadáver era un muestrario de encallecido sadismo: varias costillas fracturadas, quemaduras de cigarrillo en los 10 dedos de las manos y en la planta del pie, traumatismo craneal, hematomas, desnutrición... El que sus padres, un ciudadano libanés y una marroquí, presuntos responsables de su muerte, hayan sido arrestados apenas mitiga el escalofrío que produce este crimen tan bestial.Es inevitable preguntarse si la muerte del pequeño Mohamed pudo haberse evitado. El maltrato físico a los niños es una lacra que se está extendiendo con rapidez; el Instituto Madrileño de la Infancia ha recibido en lo que va de año más de 130 denuncias. Las palizas y los golpes brutales a los niños son seguramente el subproducto indeseable del desarraigo social, la frustración, el desempleo y la incultura de los adultos. Así que es un delito difícil de controlar, en parte por el pudor malentendido a romper los muros de la vida privada y en parte por el síndrome de complicidad que puede generarse en el cónyuge que no golpea a los niños, pero legitima los golpes con su presencia.
Pero, a sabiendas de la dificultad, la sociedad debe imponerse un redoblado esfuerzo para atajar el terrible fenómeno de la violencia doméstica. Es una implicación colectiva. Los legisladores, para que endurezcan las sanciones y afinen las causas por las que la custodia de un niño puede ser retirada a padres moralmente incapacitados para serlo; los ciudadanos, para que pierdan el miedo a denunciar los casos flagrantes que con frecuencia se dejan pasar con indiferencia; los cuerpos de seguridad, para que venzan la rutina y actúen con la contundencia que les permita la ley, y los cónyuges testigos de malos tratos, para que rompan el muro de silencio que suele elevarse en estos casos. La intimidad no merece la pena si el precio que se paga por ella es la tortura hasta la muerte del pequeño Mohamed.
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