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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Europeas sin Europa

EL PODER acumulado por el Parlamento Europeo, y en general por las instituciones de la UE, hace que las elecciones europeas del domingo 13 de junio (el jueves 10 en Dinamarca, Reino Unido y Holanda; y el viernes 11 en Irlanda) cobren una importancia que nunca tuvieron antes. Las decisiones de la Eurocámara pueden afectar a muy numerosos aspectos de nuestra vida. Sin embargo, ese Parlamento, que representa a un censo de casi 300 millones de electores en 15 países -uno de los mayores ejercicios de democracia del mundo-, sigue siendo un gran desconocido, y más que de unos comicios europeos, se trata de una suma de elecciones nacionales, sin tan siquiera un sistema electoral homogéneo.El Parlamento Europeo es la única institución que verdaderamente ha ganado peso con el recién estrenado Tratado de Amsterdam, y ya antes había demostrado su influencia -algo temerariamente- al hacer caer a la Comisión que presidía Jacques Santer. Pero el desconocimiento generalizado de estos poderes lleva a que muchos de los votantes crean que su voto, cuando lo ejercen, es prácticamente estéril. Es un error, por más que también los Gobiernos lean los resultados desde el prisma exclusivamente nacional: el de Schröder, para comprobar su arraigo tras ocho meses en el poder en alianza con los Verdes; el de D"Alema, también en su primera prueba, o el de Blair, para sopesar el impacto de su discurso europeo. En otros casos se trata de una prueba para los partidos de oposición, ya sea en Francia, con una derecha y una extrema derecha divididas, o para el PSOE en España, en los primeros comicios de ámbito nacional tras perder las generales en 1996. Las europeas coinciden con elecciones locales o nacionales en Bélgica, Italia y España. Pese a las declaraciones de europeísmo de la mayoría de los partidos, la verdad es que casi ninguno presenta programas para la construcción europea, sino más bien propuestas referidas a la incidencia que tiene ese proceso en el propio país. Se habla de las ayudas al olivo, por ejemplo, o de la influencia de la política europea en la política nacional. Pero apenas de la ampliación al Este, de la reforma de las instituciones comunitarias o de la ausencia de una política de defensa común, tan perceptible ahora mismo.

En España, el PP exhibe lo que considera sus grandes logros para España, pero es difícil encontrar en las 150 páginas de su programa una idea novedosa respecto a la Unión Europea. Izquierda Unida entra en más detalles -incluso en materia de libertad sexual-, pero su baza esencial es la oposición a la guerra: intenta aprovechar el drama yugoslavo para sacar del arcón las banderas contra la OTAN que presidieron su nacimiento. El PSOE, por su parte, no se ha cansado mucho en su breve programa; esencialmente, el de los 21 puntos del Partido de los Socialistas Europeos, con algún añadido español.

En realidad, lo que se aprecia en estas elecciones en toda Europa es la ausencia de un proyecto europeo. Probablemente desde 1979 no se ha celebrado ningún mitin electoral que reuniera tanto poder y tantos primeros ministros como el de socialistas europeos el pasado jueves en el Palacio de los Deportes de París. Pero estos mismos socialistas, pese a dominar el Consejo Europeo, siguen sin proponer una política común o integrada para la Europa del euro. Ni siquiera es seguro que logren un pacto común para el empleo en el Consejo Europeo de Colonia de los próximos jueves y viernes.

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Tal vez no haya sido muy oportuno convocar esa cumbre europea en plena campaña electoral, sobre todo cuando de ella tiene que salir un mandato para completar el Tratado de Amsterdam, cerrado en falso en los aspectos institucionales. Pero aún es menos explicable que los españoles tengan que esperar hasta después de las elecciones para que Aznar informe al Congreso de los resultados de Colonia. Esto de aplazar los debates hasta después de las elecciones, no vaya a ser que los ciudadanos se enteren de algo, es la peor pedagogía democrática imaginable.

En todo caso, dos sombras se ciernen sobre estas elecciones. Por una parte, la guerra de Kosovo, que ha puesto de relieve el retraso en la construcción de una Europa política y militar. Por otra, la situación económica, que no acaba de despejar. En ambos aspectos se echa en falta un proyecto europeo, y esa carencia no la harán olvidar las buenas palabras de la cumbre franco-alemana de Toulouse. Europa necesita recuperar un sentido de dirección. Pero es de temer que estas elecciones no sirvan para este propósito.

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