¿Cascos azules en TV-3? CARLES FRANCINO
Alguien escribió que la utopía es la coartada de la propia incapacidad. Utilizar ese adjetivo -utópico- se ha convertido en una sospechosa costumbre para escabullirse de cualquier debate medianamente comprometido. Y el modelo de control sobre medios de comunicación de titularidad pública resulta un ejemplo insuperable. "No existe remedio -dicen-, es lo que hay". Las semanas previas a la campaña electoral se han convertido en una especie de autopista -en este caso absolutamente gratuita- por la que discurren políticos de distinto pelaje con un mismo afán: denunciar el trato injusto que reciben de TV-3. La última etapa de esta larga carrera no la inició ninguna fuerza de la oposición, sino uno de los máximos dirigentes de la coalición que gobierna Cataluña desde hace casi cuatro lustros. La brecha abierta por Duran Lleida ha desencadenado un alud de descalificaciones a la política informativa de TV-3, y por ende a las docenas de periodistas que trabajan en la televisión pública catalana. Empiezo a pensar, sinceramente, si no deberíamos dotarnos de alguna fuerza de protección tan en boga en los tiempos que corren. Alérgico incurable a las actitudes corporativistas, nada más lejos de mi intención que desautorizar opiniones sobre una actividad tan subjetiva como el periodismo: y tan huérfana de autocrítica. Quizá no sea el momento de asombrarse ante la queja de Joaquim Molins -o el propio Duran- por su escasa (¿¿¿escasa???) presencia; o si es de recibo que los socialistas consideren ¡¡¡"desaparecido"!!! el alcalde Clos de los Telenotícies; o incluso si la fogosa Pilar Rahola, antes de proclamar su ira, no debería interrogarse en qué se basa exactamente su sostenimiento mediático en TV-3. Es preferible no responder a provocaciones y buscar las posibles raíces de esa enloquecida dinámica. El origen -en mi modesta opinión- no es otro que la caducidad de un sistema de control de los medios públicos, diseñado hace 25 años en plena transición, que hoy se revela superado y absolutamente perverso. Los partidos políticos y los periodistas precisan una línea divisoria de trazo grueso que les permita ejercer sus respectivas funciones sin más interferencias que las estrictamente necesarias y, sobre todo, sin comportamientos abusivos. Un modelo que traslada por puro automatismo el mapa político a los órganos directivos de un medio de comunicación público es terreno abonado al abuso, a la glorificación de la obra del gobierno de turno y al sojuzgamiento -al intento, como mínimo- de los profesionales. Los partidos son el instrumento legítimo de representación popular, pero no pueden considerarse infalibles, no son intocables y, por supuesto, no deben ser omnipresentes. La voracidad insaciable de la clase política -con escasas excepciones- ha derivado en algo muy parecido a la paranoia por contabilizar hasta el mínimo detalle las apariciones televisivas. Los medios de comunicación públicos acaban cediendo minutos y más minutos a la difusión de mensajes de dudoso interés informativo para el espectador, pero que el personaje o el partido en cuestión consideran invariablemente de vida o muerte. Presidentes, ministros, consejeros o dirigentes de tamaño mediano pueden saturar la pantalla en una sucesión estomagante. Y el resto de informaciones, las no estrictamente políticas, esas que todos los jefes de redacción reclaman a sus huestes al tomar posesión (sanidad, consumo, medio ambiente, educación...) resultan perjudicadas. Poner coto a esa glotonería mediática resulta, pues, una cuestión de pura higiene social. Si eso debe hacerse a través del Consejo Audiovisual de Cataluña o del sursuncorda se me antoja secundario. Lo básico es si los partidos políticos catalanes -empezando por el que ostenta el poder, no faltaría más-, los mismos que presumen de habitar un oasis de convivencia, mesura y modernidad en comparación con otras latitudes, tienen el coraje ético y democrático de adquirir el compromiso. Suenan tambores en esa dirección. Dios los oiga. Sin embargo, en el retrato de este inquietante paisaje sería injusto
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