Pedagogías
VICENT FRANCH Las primeras concreciones del programa ecologista de los diferentes partidos que concurren en los comicios del próximo 13 de junio dan actualidad a una paradoja a propósito de la desigual percepción social y territorial que se registra ante las novedosas propuestas de esa -se dice- nueva religión que es el ecologismo. Por una parte, las clases medias ilustradas urbanas, y, en general, los sectores sociales sensibles al coste real, a veces incalculable, de los avances técnicos, del consumo vertiginoso de energías contaminantes y de la alteración de los bioritmos de grandes masas humanas reunidas en urbes que escapan a toda medida de prudente desarrollo, que se refugian en un piadoso culto hacia lo que de natural queda en la geografía próxima a las ciudades donde se encuentran atrapados, mostrando un decidido apoyo a cuantos pasos se dan en un sentido conservacionista y protector de ecosistemas aún no atacados en serio por el desarrollismo caótico y depredador del concepto abstracto de progreso que impera. Por otra, un numeroso sector de recelosos espectadores de ese proceso de acotación de espacios naturales protegidos, o convertidos por ley en parques, reservas o emplazamientos especiales, cuya percepción les lleva a considerar las decisiones que los crean una auténtica agresión a prácticas ancestrales y formas de vida que durante centenares de años no constituyeron peligro alguno para salvaguardar lo que ahora se protege de manera imperativa. Los pueblos agrícolas de agricultura intensiva, por ejemplo, o aquellos otros de culturas agrícolas tradicionales, nuestros casi doscientos pueblos de interior, y, en general, allí donde se dan la mano economías de pura subsistencia y rico entorno paisajístico, forestal o faunístico, reaccionan de manera muy diferente ante las noticias que les llegan sobre las intenciones del proteccionismo ecológico y frente a las decisiones que se toman lejos de ellos, muchas veces sin ellos, y -de acuerdo con esa sensación angustiosa que manifiestan-, contra ellos. Y, desde luego, mientras lo que se hace para preservar esos espacios naturales no cuente con la anuencia y comprensión de quienes viven en esos lugares estará abierta la guerra absurda entre quienes ven las acciones conservacionistas como agresiones y quienes no pueden dejar de insistir en llegar a tiempo antes del desastre. Le cumple a la Administración, en primer lugar, favorecer la pedagogía que permita explicar satisfactoriamente que lo que ya es ley supone amplias ventajas objetivas para quienes viven en esas zonas acotadas, para la propia agricultura tradicional y para los municipios. Pero parece también obligado recurrir a la responsabilidad de los partidos autores de esas leyes protectoras (entre nosotros y hasta hoy, el PSPV-PSOE, el PP, y también EU o UV), que o bien como integrantes de los gobiernos locales de esos municipios, o bien como coadyuvantes de esa legislación protectora no deben permitir que se haga demagogia barata y electoralista contra el ecologismo cuando ni siquiera este ha sido escuchado las más de las veces en los procesos de concreción de las normas que regulan el entramado protector en el País Valenciano. No me cabe la menor duda que la confusión existente en la opinión de muchos de nuestros pueblos relacionados con la geografía de la protección es una responsabilidad difusa y plural, y que es de necios y de manipuladores convertir en chivo expiatorio al ecologismo. Vicent.Franch@uv.es
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