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Tribuna
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La armada española

España tiene la generación más excepcional de tenistas de su historia; no sólo cuenta con dos, Moyà y Corretja -a la espera del deseado regreso de Bruguera-, que se hallan sistemáticamente entre los diez primeros del mundo, y uno de ellos, el mallorquín, que hasta fue primero en la clasificación ATP, sino que sus escuderos, Costa, Mantilla y algún otro que llega con la adecuada coreografía, no parecen sensiblemente inferiores.La prensa patria, quizá comprensiblemente, se da a la lírica con entrañable frecuencia al hablar de lo que hacen, de lo que van a hacer, y en ocasiones hasta de lo que no logran. Y no hay que pasarse porque si el nacionalismo en los Balcanes es letal, en el deporte es un atentado a la inteligencia, a la construcción de Europa, y al propio progreso de los tenistas españoles.

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Para empezar, la clasificación ATP es sólo una contabilidad contingente, donde el complicado sistema de puntuación -en trance de necesaria reforma- hace que un jugador en visible baja forma pueda estar semanas sin fin en los primeros puestos y penaliza al que deja de jugar algún torneo y, por ello, no sigue cobrando puntos como si fuera cliente de Iberia. Así es como pudo estar alguna vez Emilio Sánchez Vicario entre los diez primeros del mundo. Y segundo, y mucho más importante, para ser un gran campeón es preciso algo que no han acabado de redondear Moyà y Corretja: lo que en anglicismo tenístico podríamos llamar, consistencia. No es posible que, aunque por razones diferentes, cualquiera de los dos pueda perder, como está sucediendo, casi con cualquiera en casi cualquier momento.

Carles Moyà es un natural, su muñeca sabe lo que tiene que hacer ella solita, su armonía con el entorno, con el partido, cuando así da en ocurrir, es una forma de ser, mucho más que de estar. El que está a veces sí y a veces no, es Corretja, a quien le cuesta como un dolor acompasar su indudable inteligencia tenística a una inmersión en el cosmos limitada. Es como si Moyà hubiera aprendido a leer el tenis en las estrellas y Corretja en los libros.

El ex número uno del mundo, que tiene una rara cualidad camaleónica, un Zelig del tenis, para jugar tan mal como su adversario en los partidos en teoría fáciles, aún hoy anda mal surtido de carácter. La cuesta abajo le inspira a seguir cayendo, hasta el punto de que parece a veces un jugador que sólo sabe ganar ganando. Corretja, como Arantxa a la que sostiene el carácter, tiene presencia de ánimo, pero sabe que sus recursos están o no, pero que jamás se improvisan.

El tenis es cada vez más de superficies rápidas y eso perjudica a los dos deportistas españoles, porque su naturalidad o su aprendizaje son de tierra. Moyà, con su talento osmótico, se ha adaptado con éxito al cemento o a la moqueta, pero lo que parece que se le da peor es el camino de vuelta, cuando empieza la serie de los partidos lentos, como si le diera pereza en plena temporada volver a empezar; Corretja, en cambio, en su tenaz búsqueda del momento mágico en el que confluyan sabiduría, forma física y calentamiento de muñeca, corre el peligro de perderse en un limbo en el que no coincidan superficie y disposición mental.

Tienen aún mucho camino y éxitos por delante los dos tenistas, pero a ambos les falta amartillar una sensación de seguridad, robada a los dioses como el fuego de Prometeo o labrada con los calores del estadio.

Lo que pasa, en definitiva, es que muchos aficionados tienen, tenemos, una concepción agonística del deporte, como corresponde a los que aprendieron, aprendimos, la alta competición como hazaña contra toda lógica, véase la nómina de Blume, Santana, Bahamontes, de los que el último exponente fue Perico Delgado, y el deportista modelo Unión Europea es que puede saber a poco.

Queremos que sean héroes. No sólo campeones.

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