Sobrevivir en el paraíso virtual
Cuatro 'cobayas' humanas que se aislaron cien horas con su ordenador relatan con satisfacción su aventura
Vivir en Internet no es fácil. Un experimento sobre el tema realizado en Londres se ha saldado con un relativo fracaso y ha venido a demostrar que el comercio electrónico está todavía en su infancia.
Cuatro voluntarios se encerraron la pasada semana durante 100 horas en un albergue londinense con sus respectivos ordenadores y una tarjeta de crédito con un límite de 125.000 pesetas. Llegaron a su modesta morada envueltos en un albornoz como única prenda y, a pesar de su escasa experiencia en el ciberespacio, cumplieron con éxito parte de su misión.
Los cuatro cobayas humanos, con edades entre los 30 y 67 años, lograron salir el viernes de sus habitaciones vestidos de pies a cabeza y habiendo digerido algunos alimentos durante su encierro. Pero la comida, que comenzó a llegar el primer día del experimento, se había encargado una semana atrás. Los organizadores, la empresa Microsoft, en cooperación con la Universidad de Hertfordshire, no podían correr riesgos excesivos. Tampoco era cuestión de dejarles morir de hambre.
La actriz Emma Gibson, una de las seleccionadas entre las 250 solicitudes recibidas, logró comprar un par de modelitos que, por desgracia, no llegaron a tiempo a su habitación. También sus compañeros aguardaron en vano sendos pedidos de libros, de un aparato de música e, incluso, de un frasco de desodorante. En cambio, un microondas, una caja de lápices de colores y un manual de tai-chi fueron entregados dentro del plazo del experimento.
Más éxito tuvo el aspecto social del proyecto. Los cuatro voluntarios se aislaron físicamente del mundo exterior, pero mantuvieron una intensa comunicación con otros internautas. El contacto se estableció participando en los debates llamados chat-groups y por medio de centenares de emilios (E-mail). "Fue una experiencia fantástica. Recibí un pilón de expresiones de apoyo. Todavía tengo que responder a muchos mensajes", señaló Gibson tras confesar que, en las primeras horas, se sintió agobiada por el tono aparentemente agresivo de las cartas electrónicas.
Robin Kazt, americana de 46 años, se sintió rejuvenecida en su primera expedición virtual. "Ahora comprendo a los jóvenes que se cuelgan horas y horas de Internet. Descubrí síntomas de que volvía a mi adolescencia. Podría pasar tranquilamente otras 100 horas frente al ordenador", explicó al salir del albergue. En su balance provisional, Helen Petrie, experta en la interrelación del ser humano y la informática, valoró el experimento como un éxito.
El ejemplo más práctico lo proporcionó Glyn Thomas, un editor independiente. Thomas contactó con un experto noruego que le enseñó a confeccionar su propia página de Internet y localizó a un aficionado del ajedrez con quien seguirá jugando en el futuro. Martin Kennedy, bombero jubilado, dejó el albergue sin satisfacer su deseo de encontrar a sus compañeros de escuela. Pero pudo practicar algunos movimientos de tai-chi.
La filial británica de Microsoft reconoce que el experimento no se hubiera podido montar hace seis meses. "Los servicios de venta por Internet han proliferado recientemente. Queríamos comprobar si están a la altura de su propaganda", señaló un portavoz.
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