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Trasiego de difuntos

A. R. ALMODÓVAR La Sevilla Eterna anda estos días muy atareada con un pomposo traslado de los restos de Cecilia Böhl de Faber, Fernán Caballero, al Panteón de Sevillanos Ilustres. Constituye uno de los grandes misterios de esta ciudad, tan tópicamente alegre, el que de vez en cuando se le desatan unas reivindicaciones funerarias de lo más intempestivo. Como si el no tener a todos sus muertos adorables bien localizados y ordenados le produjera un desasosiego, un sentimiento de culpa colectiva mal resuelto. Una delegación de ese oscuro impulso ha debido alcanzar por estos mismos días al alcalde de Madrid, que anda el hombre muy preocupado por localizar los restos de don Diego Velázquez, sevillano también. Nadie se los ha reclamado todavía desde la capital andaluza, pero todo se andará. En vísperas de Expo 92 se removió otro viejo expediente mortuorio: el de la verdadera tumba de Cristóbal Colón. Y todavía en la actual fábrica de loza de La Cartuja se guarda una caja de zinc, que yo he tenido en mis manos, donde algunos aseguran que están los auténticos huesos del Almirante, sacados subrepticiamente de su cripta del monasterio. (Todos los demás y sucesivos enterramientos serían así pura fábula). En 1977, otra campaña de reclamaciones al Más Allá quiso traerse hasta el mausoleo los restos de los dos hermanos Machado. Gracias a la firme oposición de unos cuantos catedráticos de Instituto, como el que suscribe, aquello no prosperó, y Machado el bueno sigue en Colliure, donde debe estar. Es de manual de antropología que el culto a la muerte se desarrolla compulsivamente en las cercanías de alguna eclosión vital (aunque yo no sé si puede llamarse así a las próximas calendas electorales), y de modo particular en sociedades primitivas y proclives al jolgorio. Por lo que sea, las concomitancias freudianas entre eros y tánatos han tenido en Sevilla un especial fundamento: mitos de don Juan y Mañara, pinturas de Valdés Leal, o todos los toreros muertos en olor de multitud. Pero creo que esa misma dialéctica de los contrarios, en el caso de Fernán Caballero, a alguien se le está yendo de las manos, por más que estemos deseando verlo. Así que una especie de procesión, auspiciada por este inefable Ayuntamiento, la Iglesia y la Universidad, trasladará los sufridos restos de la gran folclorista desde el cementerio, con estación de penitencia en la Academia de Buenas Letras, y continuación en el "pasito", hasta su definitiva morada. (El "pasito" son las andas en que se procesiona el Viernes Santo la reliquia de la Sagrada Espina. Pero aquí los símbolos se apretujan de tal modo que no soy capaz de descifrar nada). No faltan los tintes de humor negro, como esta escalofriante frase del Vicerrector González: "Queremos darle vida ", amenazando conciertos y actividades culturales al calor -es un decir- de tan insignes despojos. Ya veo a don José Gestoso, a Arias Montano y a los hermanos Bécquer bailando no sé qué danza macabra. En cuanto a los extravíos de ultratumba de la Sevilla Eterna, créanme que no salgo de mi estupor. Decía Cernuda que para el poeta la muerte es la victoria. Menos en Sevilla, habría que añadir, donde con estos zarandeos y manipulaciones morirse se ha puesto realmente peligroso.

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