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Espionaje

ENRIQUE MOCHALES Un punki camina bajo la columnata de Bernini. De pronto, suena el timbre de su zapatófono. El punki se descalza y responde. Una voz le ordena presentarse de inmediato en el cuartel general. El punki se llama Anacleto, pero esto es pura coincidencia. Es uno de los espías al servicio de Su Santidad. Roma espera más de 30 millones de peregrinos el próximo año, por esta razón se temen atentados, robos y desórdenes. El Vaticano no carecía de espías, pero ahora quiere más. Condición indispensable es que hayan trabajado en la inteligencia occidental, y no en la del Este, cuyos agentes no son seguros. No se dice si el Vaticano admite espías musulmanes o budistas. Por último, los espías deben tener un currículum inmaculado. Es decir, que se exige experiencia, aunque no se especifica de cuántos años. Los espías que buscan su primer trabajo estarán que trinan. A los 100 guardias suizos, mas los 120 hombres del Servicio de Vigilancia y el número indeterminado de espías que el Vaticano ya posee, se añadirán muchos espías que estaban en el paro como Anacleto. No saben si con posibilidad de promoción al término del Jubileo, o si acaso serán recontratados por una empresa de trabajo temporal. En el caso de Anacleto, su disfraz no es más que un traje de faena. Podría ir travestido de monja, o de turista. No usa armas, si exceptuamos algunos aparatos electrónicos de precisión. El último grito de la tecnología del siglo veinte. Los tiempos de la Biblia arrojadiza, del anillo ponzoñoso o del crucifijo con estilete quedan lejos. Pertenecen a la época de los Borgia, donde las intrigas y el espionaje estaban a la orden del día en el Vaticano. El espionaje papal no es ninguna novedad, y esto lo sabe muy bien Anacleto. Pero Anacleto no tiene toda la información. La información del Vaticano es como un puzzle, cada hombre tiene una pieza, y ni siquiera el hombre que más piezas posea las tiene todas. El Corpus hermeticum así lo aconseja. Anacleto no puede imaginar en cuál de las salas del Vaticano está instalado el legendario Espía Fonocámpico, diseñado por Athanasius Kircher, porque pertenece al Mundus Subterraneus de la memoria vaticana y quizás ni siquiera exista. Dicho sistema es un instrumento acústico del Renacimiento, basado en el cono espiral retorcido, o cocheleatum, mediante el cual se pueden escuchar nítidamente en una pieza apartada las conversaciones lejanas, sin que los que hablan sospechen. Se podría visualizar dicho aparato como una gran caracola incrustada en la pared, con orificios de entrada y de salida para insidias, conjuras y traiciones. Muy útil antaño para vigilar a los jesuitas, desenmascarar a la Rosa Cruz, iluminar el ocultismo, detectar el mínimo atisbo de rebeldía, elaborar alambicadas estrategias políticas y, en resumen, diferenciar a los amigos de los enemigos. No, el espionaje del Vaticano no es asunto de ahora. Anacleto podría decir, con cara inocente, que su labor se limita a proteger al Papa de supuestos papicidios. Yo no dispongo de datos, no obra en mi poder ni un pedacito del mosaico, no conozco ni un tramo del laberinto político-económico del Vaticano, pero sospecho que, si no todos, llevan muchos caminos a Roma, como gran empresa que es la Santa Sede. Yo, lo mismo que de un papicidio, me cuidaría de un robo en los Santos Sótanos. Por eso, que el Vaticano busque espías es noticia cuando lo dice expresamente. Mi pensamiento, al evocar a Anacleto cruzando las salas hacia el cuartel general, es que bajo sus pasos se extienden unos inmensos sótanos. En esos sótanos, donde es posible que nunca entre la luz solar, se guardan algo más que los siete sellos, algo más que mitras y mascarillas mortuorias. En el subterráneo que yo imagino bajo el Vaticano, la variada disposición de los lugares particulares, que se desglosan en grandes arcanos, me hace pensar en un sistema de atrios herméticos, tal y como podría estar almacenada, y dividida, la memoria de un continente sumergido.

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