La Real vence a un Madrid menor
Los de Toshack nivelan en la segunda parte una desventaja de dos goles, pero acaban derrótados por una contra letal
El partido nació con el guión previsto, balbuceante, con la ansiedad de relajo que reclaman dos equipos que padecen estrés permanente —el Madrid— y depresión sobrevenida —la Real—.Todos al tran tran, con la calma como una receta urgente, pero con una diferencia considerable de actitud: la Real juega así (despacio por detrás, rápido por delante) y el Madrid no sabe a qué juega, casi huye y se refugia en soluciones desesperadas.
El Madrid dio señales de alarma desde el principio, cuando decidió concederle a Savio —el nuevo— toda la responsabilidad del partido. A la tercera tarascada, el brasileño se esfumó y el Madrid se convirtió en humo.
La Real se liberó de dudas. Al primer acelerón, destruyó a un colectivo desorganizado. Le bastó insertar dos medios punta para desarmar a un equipo que juega al albur de sus instintos. La Real tenía el tiempo controlado, y por vez primera disponía de dos bandas, por obra y gracia de Aranburu, que firmaba su mejor actuación con la Real.
El Madrid una vez más era un equipo sin equilibrio, con Redondo tuerto y Sanchis desaforado. El gol de Idiakez evidenciaba las circunstancias: nadie tapaba a los medios punta realistas. El segundo gol demostró la inaplicación defensiva de un equipo en el que cada cual libra sus batallas particulares. Roberto Carlos no se fió de Iván Campo, que tapaba a Sa Pinto, y cometió un chiste: un penalti infantil que tiraba al Madrid del diván de sus disquisiciones.
Cuesta saber, en pleno ataque de ansiedad, si la reacción fulgurante del Madrid tras el descanso tuvo que ver con la entrada de Guti, con la confabulación (léase bronca) en el vestuario o con la abulia que suele padecer la Real en los momentos de éxito.
El conjunto donostiarra se estiró en exceso, perdió rapidez de movimientos, rebajó la presión y cedió la iniciativa a un equipo que no la tenía. Un remate ingenioso de Guti y un penalti inexistente a Mijatovic fomentó un cierto carácter épico en un Madrid que había aparecido anonadado y que había sacado fortuna del atolondramiento.
La Real perdió la pausa y el Madrid apretó el acelerador. Toshack decidió tirar de su catálogo personal y prescindir de cuestiones menores (la amplitud, los espacios) para recabar instintos más básicos: coraje y ataque absoluto. Carente de delanteros definidos, reunió un grupo de centrocampistas ofensivos, les puso a Guti y Redondo por detrás y sometió a la Real a un asedio más constante que inteligente. Al menos recuperó el medio campo, pero perdió la defensa.
Al primer contragolpe, flaqueó el Madrid. La Real no ha perdido los reflejos de la historia y tiene el mecanismo de esa acción memorizado genéticamente. Kovacevic se adelantó a un ingenuo Karanka y sancionó una victoria para la que había conjugado más elementos de juicio.
El Madrid había arruinado su imagen en una primera mitad alarmante por su despiste, su ingenuidad, su desconcierto; en la segunda mitad consiguió lavar la actitud, apelando al espíritu de los equipos menores, los que convierten el fútbol en asuntos de entrega y sacrificio. Su imagen amarilleó hasta el último segundo: Illgner subió a rematar un saque de esquina y sus compañeros ni le esperaron para efectuarlo. Una sensación de atolondramiento, de estrés, que la Real socavó con un fútbol delgado y práctico. Suficiente para batir a un equipo menor.
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