Esquina
E. CERDAN TATO Todo el universo está a la vuelta de la esquina, entre el sosiego del antiguo pasaje de los plateros y una ruidosa avenida de acacias y semáforos. Cualquiera que pase por allí, adquiere de pronto conciencia de sí mismo y hasta puede contemplar su futuro en el escaparate de una abacería. Aparentemente, no es más que un espacio urbano entre la tienda de comestibles, el tenderete de un herbolario, un estanco y un portal donde se venden periódicos y quinielas; pero muy pocos saben que el universo entero con sus constelaciones, sus campos de fútbol, sus asesinos, sus fiestas, sus estrellas fugaces, sus grandes estadistas, sus prostitutas degolladas, su opulencia y sus miserias, están allí; y que allí mismo se ganan o se pierden las guerras, los campeonatos de liga, las cotizaciones de la bolsa, los lances de amor, las elecciones a la alcaldía. Sólo es cuestión de paciencia y de fijar la mirada en cada instante, para sentir la fecundidad de las matanzas planetarias, los colmillos de una fiera en la yugular, la derrota del equipo de casa, los vendavales de las urnas o la denuncia que acecha en clave de agenda. A las personas sencillas que acuden al mercado a hacer la compra del día, a los empleados, a los obreros de la construcción, a los repartidores de pizzas o a los parados, no les inquieta frecuentar esa esquina, ni aún sentarse en un banco público, frente a las vidrieras del establecimiento de ultramarinos: su imagen no es más que la imagen inmemorial de una violencia histórica. Pero los filibusteros de las finanzas, los poderosos, las divinidades cegadas por el incienso de la adulación, los capitanes de empresa y toda una panda de consejeros asalariados, la evitan cuando saben de sus efectos, y pasan en coches oficiales, con el acelerador a fondo. Ignoran que sus estratagemas quedan igualmente registrados, en la misma podredumbre oculta de sus carnes y de sus intenciones. Dicen que a la vuelta de esa esquina, está todo el universo y la memoria de la ciudad. También dicen que aún hay más encrucijadas con tan prodigiosas características. Pero no figuran en el callejero y tampoco se conoce por dónde paran. Y es la que la ciudad siempre acaba en ninguna parte, donde vierte discretamente sus inmundicias.
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