La guerra está ahí
LUIS DANIEL IZPIZUA Hemos leído y escuchado las más diversas opiniones, tal vez hasta hayamos logrado tener un criterio, pero la guerra es la guerra. Quiero decir que, ante la imparable y desastrosa evidencia de esa catástrofe, no sé para que vale tener un criterio. Es evidente que el estado de opinión, lo que pensamos los ciudadanos de los países que participan en la contienda, debiera influir en la marcha de los acontecimientos, bien para detener la intervención bien para apoyarla, aunque dudo de que vaya a suceder esto. Si así fuera, nuestro criterio sería un elemento fundamental de la contienda, determinaría su curso, pero me da la impresión de que nuestra opinión la estamos conformando en función de algo que tiene que ver con nosotros mismos más que con lo que está ocurriendo allí. Sirve también para reproducir la guerra entre nosotros: los que están a favor de la intervención, los que están en contra. Corre paralela a la propia contienda, y en este sentido no puedo desvincular mi opinión de la impotencia. Convierte la guerra en espectáculo y, ya que no puede influir en su decurso, ni siquiera sirve para lo que sí podría servir: para extraer una enseñanza, una reivindicación política, un proyecto para el futuro. Decía Fernando Savater en un artículo reciente, ¡Malditos pueblos!, que sus dos objeciones contra la intervención armada -su dudosa efectividad y su escasa legitimidad democrática- eran frágiles porque no configuraban ninguna alternativa viable al camino emprendido. No se sentía capaz de rechazar en términos absolutos la ofensiva de la OTAN, ni tampoco de aprobarla con entusiasmo, y se resistía a la impotencia resultante extrayendo una lección: cabía decir una palabra contra los pueblos. Esa denuncia implica una actitud política, es ya una toma de postura que no precisa esperar al futuro, pero hay también otra lección a extraer de este conflicto y que también menciona Savater. Efectivamente, convendría que existiera un gendarme mundial, pero, como dice Savater, "un gendarme sometido a jueces y leyes internacionales, no un alguacil creativo que inventa sus normas según conviene en cada caso". Si nuestra opinión puede servir de algo, tendría que estar ya movilizándose para configurar esa exigencia. Cierto que no es una alternativa a lo que está ocurriendo ya, pero debe servir para conformar un futuro en el que estas cosas no hayan de ocurrir más. Lo terrible de esta guerra es que todas sus alternativas son monstruosas, y que es fácil convertirse ante ella en el asno de Buridán. Mis propias palabras no dejan de parecerme escandalosas, puesto que hago de la masacre una lección para el futuro, la convierto en fatalidad para transformarla en pedagogía. Pero no veo de qué forma puede detenerse este horror, que era previo a la intervención armada. Hay datos que avalan que la limpieza étnica contra los kosovares estaba en marcha ya y que, previsiblemente, iba a continuar con intervención o sin ella. Hay también datos que nos inclinan a pensar que la resistencia kosovar era menos inocente de lo que se nos quiere dar a entender, y el largo artículo de Ismail Kadaré en este periódico abre pocas perspectivas para la esperanza. El blanco cordero albanés que nos dibuja Kadaré dista de ser verdadero, y habría que pedirle que no confunda los motivos humanitarios con la defensa de la eternidad albanesa frente a la serbia. También es evidente la ilegalidad de esta intervención, que atenta contra el derecho internacional y soslaya a la única autoridad que podría haberla ordenado, la de la ONU. Pero no es menos evidente que mantenerse al margen de lo que estaba ocurriendo hubiera supuesto un atentado contra la justicia. Cierto que justicia y ley no forzosamente concuerdan, pero debieran hacerlo, y no parece que la ONU actual estuviera en condiciones de salvar ese hiato. Superarlo constituye una tarea para el futuro, pero estamos en el hoy, y ante el hoy cabe preguntarse qué otra cosa se podría haber hecho. Cuesta resignarse a la fatalidad, a la convicción de que esto no podía haber concluido de otra forma. Cuesta, igualmente, admitir que el resultado de esta guerra sea la victoria de los poderosos sobre Serbia, y no sobre la inhumanidad de un tirano.
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