Iñaki Sáez
Iñaki Sáez es un privilegiado. No sólo jugó en el Athletic (el club de su vida), sino que formó parte de una alineación que recuerdan unas cuantas generaciones de aficionados: Iríbar, Sáez, Echeberría (entonces se escribía así), Aranguren, Igartua, Larrauri,.... Después, la tecnificación del fútbol, los claroscuros impidieron que la historia se repitiera. Esos once (...Argoitia, Uriarte, Arieta, Clemente y Rojo, concluía) pasaron a la historia aunque sólo fuera por eso. Ahora es el único entrenador español de fútbol que es campeón del mundo. Aunque no se sabe bien que es más perdurable: para la historia, lo segundo, pero si la historia fuera la suma de impresiones personal, quizá lo primero resultaría más sólido que la medalla conseguida en Nigeria. Sáez se declaraba en una entrevista radiofónica una persona humilde y con suerte, segundos antes de agradecer los oficios de apoyo actuados por su madre, que falleció mientras él estaba en pleno Mundial sub-20. Iñaki Sáez es un tipo singular. Lo era como futbolista, aquel indómito Jaburu, que tenía la verticalidad por principio: vertical en el juego y en el modo. Quien le viera acelerando por su banda recordará no sólo la velocidad de sus correrías, sino la figura personal. Era un defensa que corría siempre recto: con el cuerpo erguido, casi sin inclinación. Iba en largo y por derecho. Jaburu fue un extremo fugaz reconvertido prontamente a defensa de esos que ahora se llamarían carrileros. De su época anterior aprovechó la velocidad. Nunca fue un regateador habilidoso. Lo suyo fue siempre más directo que intrincado. No fue un héroe ni sobresalió en aquellas alineaciones rojiblancas, pero era un fijo, siempre siguiendo la estela del Chopo: ya saben: Iríbar, Sáez, Echeberría,... Hay futbolistas que anuncian desde el principio más matices que los de su profesión. Hay jugadores, por ejemplo, que anuncian en su actitud el entrenador que llevan dentro. Amorrortu, por ejemplo, era algo más que el interior estilista que se observaba en San Mamés o la Romareda. Butragueño ya asomaba el presidente futbolístico que lleva dentro. Guardiola anuncia en cada pase la personalidad versátil de los hombres inteligentes. Iñaki Sáez se incorporó al organigrama de Lezama cuando guardó las botas en el armario. Y se dedicó a lo que ha constituido su vida desde entonces: las categorías inferiores, el descubrimiento y educación futbolística de los jóvenes talentos. Coordinador de Lezama y bombero obligado en cada incendio rojiblanco, encargado de cubrir las ausencias por destitución de los entrenadores del Athletic, Iñaki Sáez pudo haber sido entrenador de su club antes de cuando lo fue. Tras el fracaso del austríaco Helmut Senekowich, Sáez se fue de vacaciones con el anuncio de su inmediato nombramiento como primer responsable del equipo. Algo pasó después, pero el elegido fue Javier Clemente, un futbolista de tronío y entrenador con escaso pedigrí (Baskonia, Bilbao Athletic). Sáez le sustituyó después cuando el caso Clemente partió Bilbao en dos mitades irreconciliables. Cada uno en su sitio Sáez fue finalmente entrenador del Athletic. Fue su final rojiblanco. A su regreso de Nigeria reconocía que ésa fue quizá su decisión más errónea, porque lo suyo, lo único, es el trabajo con los jóvenes, el aleccionamiento y descubrimiento de futbolistas jóvenes. De Bilbao marchó a Las Palmas con el objetivo de entrenar a un equipo deprimido por el descenso a Segunda División B y acabó programando y optimizando la cantera canaria. La historia fue breve: la paciencia no es una virtud que prolifere en el fútbol. Javier Clemente le recuperó para el fútbol en la selección, cuando dimitió Andoni Goikoetxea. Ambos volvían a encontrarse muchos años después. Después, con la marcha de Clemente, los días futbolísticos de Sáez en la selección estaban contados. Pero continuó (por muchas razones que no vienen al caso) y ahora es el único entrenador español de fútbol campeón del mundo. Hombre de pocas palabras, muy ajeno a micrófonos y flashes fotográficos, ha basado su éxito en la línea recta de su conducta. Su gran éxito mundial se basa en algo tan sencillo como colocar a cada futbolista en su sitio y dejarle trabajar. Ésa es su suerte y su humildad.
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