De escudos de armas
Si los museos hasta hace un tiempo estaban destinados a conservar aquellas pinturas y esculturas que se consideraban dignas de guardarse en la memoria por haber alcanzado la categoría de obras del arte o de la arqueología, la segunda mitad del siglo XX ha visto como surgían espacios en los que se depositaban objetos que aunque no gozasen de esas categorías sí merecían mantenerse en el recuerdo, como ejemplos que eran de un tiempo pasado definitivamente o de unas artesanías en peligro de extinción. Ahí surgen los museos llamados etnográficos, repletos de aperos de labranza y otros útiles de la vida en el campo; también los museos que recrean la vida de pescadores, confiteros o ferrones; o los que rescatan piezas que han dejado de tener una función a causa del paso de los tiempos, como los de armería o los de heráldica. Éste es el caso del que se aloja en una de las torres más poderosas de la historia del País Vasco, la de Mendoza, en la localidad alavesa del mismo nombre. Todo comienza con la recuperación de esta veterana torre, a una decena de kilómetros de Vitoria, en los años sesenta. Perteneciente a uno de los linajes con mayor abolengo del territorio, que salió pronto de su pueblo para ir a vivir más cerca de la corte castellana, la torre de Mendoza se estableció como sede de un museo de Heráldica gracias a la iniciativa de una de las principales investigadoras de la historia de Álava, Micaela Portilla, "quien, a lo largo de tres años y aprovechando fines de semana, fue tenaz y sistemáticamente recorriendo pueblos y localizando escudos. En estas visitas se descubrieron escudos que estaban a punto de desaparecer por encontrarse en ruinas los edificios que los ostentaban, y otros que ya no ocupaban su lugar primitivo, sino que yacían abandonados en pajares o cuadras", tal y como recuerda Félix Alfaro Fournier en su libro dedicado a este museo. Y es que para estos tiempos los escudos habían dejado de tener esa necesidad que les hizo nacer en la Edad Media para identificar a los combatientes tanto en acciones de guerra como en los torneos, cuando aquellas indumentarias y pertrechos hacían irreconocibles a los temidos guerreros. Comenzaron a utilizarse en el centro de Europa hacia el siglo XI, pero no será hasta una centuria más tarde cuando lleguen a la Península Ibérica. En lo que fue una metonimia más, el lugar elegido para aquellos símbolos identificadores, el escudo protector, le dio el nombre, que se trasladó luego a la piedra de las casas torre y palacios en cuyas fachadas principales se colocaron esas figuras y objetos sin significado aparente. Aspas, azures, flores de lis, dragones, yelmos y decenas de figuras, todas en diversos colores, fueron configurando las imágenes de los blasones identificadores de cada persona y luego de cada linaje. Lo que en principio había nacido como una utilidad (al estilo de las camisetas de los clubes de fútbol), pasó a tener una significación según el momento en que se elegían. Hay figuras famosas, como las cadenas que formaron parte del escudo de Navarra y de aquellos que combatieron en la batalla de las Navas de Tolosa contra el rey Miramamolín. Entre los guerreros se encontraban los progenitores de los linajes alaveses de Urbina y de Mendoza. Aunque uno de los casos más célebres es el del señor encartado Lope García de Salazar, quien venció en Toledo en 1260 a un gigantesco moro que según dicen había venido de Africa desafiando a cualquier caballero que quisiera medirse con él. García de Salazar venció el combate y tomó de la vestidura bordada en estrellas de oro del moro, trece de ellas como componentes de su blasón. Y con su generalización llegaron las leyes que dieron nacimiento a la ciencia heráldica, como aquella que regulaba el contenido de los escudos de armas. El museo de los Mendoza se convierte así en un museo científico, que rastrea en los orígenes de la Heráldica alavesa y en sus particulares características. Después de atravesar la muralla, en el patio que rodea a la torre, están repartidos esos escudos que recogiera Micaela Portilla en sus investigaciones por el territorio alavés. Ahí están, dispuestas de tal modo que pareciera que pierden parte de su prestigio, las armas de los Díaz de Arcaya-Lezama, los Isunza, los Langarica y Luzuriaga o las que llevaban los hijosdalgos de la hermandad de Arrazua. Todos ellas, impresionantes piedras que en otros tiempos dieron sentido a torres y casas como la que ahora las alberga. Y una vez que se entra en la torre, el museo trata de recrear la historia de la heráldica, desde sus orígenes y generalidades hasta las peculiaridades propias de Álava. Hasta su restauración en 1963, la torre estaba prácticamente vacía. Hoy día cuenta con cuatro amplias plantas en cuyas paredes están dispuestos distintos paneles explicativos con breves comentarios acerca de los escudos de armas. Maniquíes Ya en el penúltimo piso, en cuyo centro se han colocado unos maniquíes caracterizados con la indumentaria propia de los vascos de la Edad Media, el visitante descubre lo que son las panelas, principal aportación alavesa a la historia de la Heráldica. Su origen, narrado en varias crónicas y recogido por distintos autores, se remonta a una batalla que tuvo lugar en la sierra de Arrato, al norte de la Llanada alavesa, continuación por el norte de la de Badaya, entre los bandos oñacinos y gamboínos. Se dice que la batalla fue tan sangrienta que las aguas del río cercano (unos hablan del Zadorra, otros del Zalla) se tiñeron de sangre, y las hojas de las plantas acuáticas, de polvo. Estas hojas, que recibieron el nombre de panelas, se tomaron como figuras heráldicas y fueron colocadas en sus escudos por muchos de los caballeros que participaron en la batalla. Como este de fantasioso, así fueron muchos los orígenes de las figuras de los escudos de armas, cuya razón se encuentra en la intención de sus dueños de rodear de cierto valor guerrero a sus apellidos. El visitante de hoy día no anda en esas preocupaciones, aunque no será difícil que cuando llegue a la última planta y observe a través de los ventanales los terrenos de los Mendoza se recree en los torneos y en los lances medievales, y piense en las figuras y colores de un hipotético escudo.LAS PIEZAS A NO OLVIDAR
T. G. C Bilbao
Indudablemente vale más un escudo de piedra, aunque esté fuera de su lugar por excelencia -la fachada principal de una casona o de una torre- que sus reproducciones en fotografías. Así ocurre con el escudo de los Hijosdalgo de la Hermandad de Arrazua, procedente de la iglesia de Arzubiaga, donde se custodiaba el archivo de esta hermandad. Son las mismas armas que las de la provincia de Álava. También tiene su interés el escudo del valle de Lana en Navarra, a cuyo uso tenían derecho todos los vecinos de este valle, independientemente del escudo particular que les pudiese corresponder por su linaje. La historia de este escudo es muy curiosa, ya que se trata de una lápida romana encontrada en el valle, que los naturales interpretaron como el blasón que era utilizado por sus antecesores desde tiempos inmemoriales. Por ello solicitaron a su soberano que les confirmase la merced de emplear dicho escudo a todos los naturales, sin excepción, del valle. Otra pieza que destaca también por su contenido procede de la villa de Leintz-Gatzaga y pertenece al linaje de los Zumarraga, presumiblemente el mismo que el del padre Beato Tomás de Zumarraga, que llegó a Vitoria, procedente de dicha villa guipuzcoana, en el siglo XVI. Comentarios En el blasón se puede ver un árbol con un jabalí al que le está hiriendo un hombre en la boca con una lanza, y al que le atacan unos perros, dos de ellos en uno de los cuarteles inferiores y otro encima en el costado izquierdo del sorprendente escudo. También merece una parada detenida, aunque no tenga que ver con la heráldica, el conjunto de maniquíes vestidos a la usanza medieval que se exhiben en el museo. La recreación de las piezas es muy fiel y parte de las fuentes documentales de la época. Los comentarios explicativos que acompañan a las piezas expuestas destacan el tocado típico de las mujeres vascas, de forma cuneiforme, cuyas connotaciones fálicas llevaron incluso a su prohibición por la Inquisición entrado el siglo XVI.
DATOS PRÁCTICOS
Dirección: Mendoza, localidad situada a diez kilómetros de Vitoria. Horario de visitas: martes a sábados, de 11.00 a 15.00; domingos y festivos, de 10.00 a 14.00; lunes, cerrado. Precio de la entrada: gratuita. Año de inauguración del museo: 1963.
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