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Laureles bajo el síndrome del asunto

Miquel Alberola

Síntoma inequívoco de que el poder valenciano no es broma fue que a media tarde del miércoles dejó de llover, como por mandato de la Generalitat, para que los Premios Nova pudiesen desarrollarse sin daños colaterales de peinado e indumentaria. Y las pruebas de que la gala no era un acto electoral las constituían la ausencia de la oposición y la formidable plétora de diputados del PP que acudieron a la cena. Bajo el techo de tubos metálicos del Pabellón de Cristal de la Feria de Valencia, el Consell encendía de nuevo la hoguera de los Premios Nova para poner laureles a la clase empresarial y que ésta proyectase sus sombras sobre la pared. Para llegar a esta cúspide social sólo había que subir a las escaleras mecánicas. Arriba estaba la economía en todo su esplendor. Y algunos pedazos de charol, como María Abradelo, echando un pulso entre su boca y su escote. Tras ella, la modelo Mar Flores, envuelta en nata fría, el intelectual Arévalo, algún torero y otras notabilidades de las páginas del color local, para configurar una mesa chachi con el auspicio de Canal 9. No lejos, el inevitable Chanquete, guiado por su próstata, y nada más. Ni menos. Aunque el interés de muchos empresarios estaba más en la identidad de los integrantes de la lista de clientes de la prostituta polaca de lujo asesinada el pasado domingo en Valencia, elaborada por la policía a partir de su agenda. Sólo había que rozar los corros masculinos para constatarlo. Y si se acercaban la mujeres, se hablaba del míbor con gran entusiasmo. Ante la usual tardanza de Eduardo Zaplana, el presidente de las Cortes, Héctor Villalba, y los consejeros José Luis Olivas y Diego Such, que ya le ve el hueso al jamón, optaron por entrar al pabellón e instar al hostelero Jesús Barrachina a que se sirviese el micuit de foie. Entre el fragor de la cubertería y los primeros fogonazos de la Sedajazz Big Band brillaban algunos bustos con luz propia, como el del seductor notario Carlos Pascual, y el del presidente del Valencia en el exilio, Paco Roig, quien compartía mesa con sus hermanos Juan y Fernando en una foto imposible. Zaplana llegó al tercer plato,aunque sin sus zapatos de dos hebillas, pisándole los talones al liderazgo mundial. Con Gregorio Fideo, asesor de camisas y corbatas, en popa. Se les pegó Such con su flamante mortaja (puede que Zaplana haya optado por reemplazarlo directamente por Julio Iglesias para evitar intermediarios en la cruzada comercial). Entonces Bertín Osborne sacó su nefasto repertorio de chistes para solemnizar lo obvio y concitar los primeros bostezos, pero a esta altura de la noche, a quién le interesaba otra cosa que no fuera lo que se cocía en la Jefatura de Policía. Suerte que sobre el escenario irrumpió Gloria Gaynor, como un enérgico alegato gospel contra la anorexia, para cantar Never can say goodbye, y dar paso al primer desfile de la serpiente Esther Cañadas, vendada en azul pálido, y del aminoácido muscular Mark Vanderloo, vestido de Barrio Sésamo y rodeado de criaturas inocentes. Pero enseguida llegó Carlos González Cepeda, el delegado del Gobierno, para devolver la realidad a sus cauces. Luego vendría Azúcar Moreno, con sus ejercicios abdominales y sus salmos de whiskería, y Ella Baila Sola, con sus canciones de acampada de BUP, pero la verdad estaba allí fuera, en el lavabo, extraordinariamente concurrido para especular sobre la lista. La afonía de Núria Roca y la verborrea plasta de Bertín dieron paso a unas coreografías jugueteras y cerámicas, quizá para atenuar el pollo sindical montado en el sector, y con el humo de los primeros cigarros Montecristo compareció la cubana Albita, para mover su ortodoncia a ritmo de salsa. Así, hasta que Gloria Gaynor cerró el espectáculo con I will survive en versión caña, para que el subsecretario de Turismo Roc Gregori moviese la cabeza al compás y recordase cuando fue rey de la pista de la discoteca Hipocampo de Benidorm. Lo mejor de la entrega de galardones es que enseguida se disolvía el acto y se podía retomar el asunto en los apartes.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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