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Argelia, ¿un túnel sin salida?

Juan Carlos Sanz

ENVIADO ESPECIAL

Los argelinos volvían a sonreír con la primavera. Incluso los observadores más incrédulos se sorprendieron ante la corriente de aire fresco que salía de los mítines de la pasada campaña de las elecciones presidenciales. Siete candidatos llenaban plazas y polideportivos con mensajes de paz, amnistía y reconciliación nacional. Tras más de siete años de guerra civil no declarada, hasta 100.000 muertes y con el 40% de la población bajo el umbral de la pobreza, en Argelia se empezaba a creer en la palabra del presidente saliente, el ex general Liamín Zerual, de despedirse del poder con unos comicios libres. Pero la polémica elección del oficialista Abdelaziz Buteflika, candidato único el pasado día 15 a raíz de la retirada en bloque de sus seis competidores, ha sembrado de nuevo la incertidumbre en el país magrebí. El antiguo ministro de Exteriores de la era de Bumedián toma hoy posesión de su cargo.

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El ex candidato Mulud Hamruch se salta los habituales eufemismos. "Estamos bajo una dictadura, un sistema de equilibrio de poder, sobre todo militar". La versión del exprimer ministro del periodo de la apertura argelina (1989-1991) sobre la decisión de la oposición se resume así: "Cuatro días antes de la votación, el régimen disponía de un sondeo según el cual Buteflika quedaba eliminado mientras Ahmed Taleb Ibrahimi y yo pasábamos a la segunda vuelta. Pero, desde la Administración, mucha gente honesta nos hizo llegar el mensaje de que se avecinaba un fraude a gran escala. No tuvimos más remedio que retirarnos".

Hito electoral

El plante conjunto de la oposición ante las urnas ha marcado un hito en la reciente historia de Argelia, donde se han sucedido las votaciones -presidenciales, en 1995; referéndum constitucional, en 1996; legislativas y locales, en 1997- sin que el régimen surgido de la lucha por la independencia dé señales de querer compartir el poder. Los únicos comicios que estuvo a punto de perder, ante el avance arrollador del Frente Islámico de Salvación (FIS), en la primera vuelta de las legislativas de 1991, fueron anulados y dieron paso poco después a un golpe militar. Hamruch, de 55 años, prefiere hacer una lectura positiva de la última elección celebrada en Argelia. "Hemos aprovechado al máximo la oportunidad de esta pequeña apertura para comprobar que la sociedad, sobre todo los más jóvenes, quiere un cambio: salir de la marginación, la corrupción, la violencia..., mientras el orden establecido sólo ofrece un callejón sin salida", explica, "los ciudadanos ya no aceptan que las cosas sigan igual". Al igual que Taleb Ibrahimi -un ex ministro de Exteriores a quien se considera depositario del voto del proscrito FIS-, ha anunciado que creará un partido político para recoger los frutos de su campaña en las presidenciales.

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Ambos consideran que Buteflika es un presidente frágil, sin el respaldo popular que Zerual logró en las urnas en 1995 y sin un partido que le sustente. "Ahora que la sociedad argelina es más abierta, el sistema se encierra en sí mismo, y ya no puede justificar estos siete años de violencia con el discurso oficial de la lucha contra el oscurantismo integrista", advierte Hamruch, quien también teme que el poder dé marcha atrás. Las dos manifestaciones de la oposición para protestar contra el fraude en las urnas -la última estaba convocada ayer- han sido prohibidas y bloqueadas por un gran despliegue policial en las calles.

El alarmismo de los candidatos que se retiraron de los comicios contrasta, sin embargo, con la aparente calma que reina en Argel, donde los ciudadanos comienzan a recuperar una ciudad golpeada durante años por los atentados con coche bomba y las mortíferas explosiones en cines y cafés.

Aunque el nuevo presidente tal vez prefiera esperar a que se acallen los ecos de la protesta electoral, muchos analistas argelinos coinciden en que Buteflika no va a mover ninguna ficha hasta después de la cumbre de la Organización para la Unidad Africana (OUA), que se celebra en Argel el próximo mes de julio, y que es considerada por el régimen como un primer paso para salir del aislamiento internacional. Al menos hasta entonces seguirá en funciones el Gobierno del primer ministro, Ismail Hamdani, nombrado por Zerual el pasado diciembre.

Y mientras Buteflika no comience a introducir cambios en la cúpula militar no tomará realmente las riendas del poder. Parece difícil. El jefe del Estado Mayor del Ejército, el general Mohamed Lamari, ha sobrevivido ya a cuatro presidentes: Chadli Benyedid, destituido en 1992; Mohamed Budiaf, asesinado ese mismo año; Alí Jafi, designado jefe de Estado de facto hasta 1994, y Zerual, elegido en las urnas en 1995 y que presentó la dimisión el pasado septiembre tras un supuesto enfrentamiento con Lamari. Éste encabeza el sanedrín conocido en Argelia con el eufemismo de los décideurs (los que deciden), los poderes fácticos de un complejo militar-petrolero.

El diario argelino El Watan ha revelado que el exgeneral Larbi Beljeir es quien ha actuado como "hombre en la sombra de Buteflika" para "convencer a los principales mandos militares de que le respaldaran". Bajo el mandato de Benyedid, Beljeir era considerado como el protector de "los intereses de la familia" del presidente, asegura El Watan, que también recuerda que su nombre fue citado por la prensa en más de una ocasión "en escabrosos asuntos de comisiones ilegales" durante el periodo de apertura política (1989-1991). Según fuentes españolas, Beljeir era también el encargado de coordinar en Argel las conversaciones entre ETA y el Gobierno español, representado por el entonces secretario de Estado de Seguridad, Rafael Vera.

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Sobre la firma

Juan Carlos Sanz
Es el corresponsal para el Magreb. Antes lo fue en Jerusalén durante siete años y, previamente, ejerció como jefe de Internacional. En 20 años como enviado de EL PAÍS ha cubierto conflictos en los Balcanes, Irak y Turquía, entre otros destinos. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Zaragoza y máster en Periodismo por la Autónoma de Madrid.

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