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Bebé a la fuerza hasta los 14 años

Acaba de dejar atrás una infancia tapiada por los muros de una casa hedionda de la que nunca salía y unas persianas que nadie ha visto levantadas. Durante los siete años de encierro, esta adolescente de Paterna no pronunció ni una palabra, ni probó otro alimento que no fueran los biberones de ceregumil o papilla que la madre le suministraba. Su plan diario no iba más allá de tragarse las películas de terror y los dibujos animados más violentos de la parrilla televisiva y hacer sus necesidades en un orinal en una habitación a oscuras. Una reclusión y unas patologías inducidas por su madre, que sufre problemas psiquiátricos, en opinión de los médicos y educadores que llevan un semestre enderezando la alambicada niñez de Beatriz (nombre ficticio para proteger su identidad). Beatriz, que cumplirá 15 años en junio, sólo escapó de este mundo tenebroso de silencios y biberones el pasado mes de septiembre, cuando Juan José, un vecino de la finca contigua, marcó el 900-100033, el Teléfono del Menor de la Generalitat y denunció la situación en la que se encontraban esta niña y sus dos hermanos, una chica de 18 años y un chico de 21. La llamada sirvió para que la Generalitat le retirara la tutela de la niña a la madre. A los vecinos se les erizó la piel cuando vieron salir a la calle a la niña, por primera vez en siete años, para dirigirse a un centro de menores. Estaba escuchimizada, iba encorvada, las rodillas se le doblaban y apenas podía andar. Tenía el cabello apelmazado de no lavárselo, se cubría la boca de forma compulsiva con una mano, ladeaba la cabeza y se pegaba tanto a la madre que parecía una prolongación de ésta. No sonreía, tenía la mirada extraviada y no hablaba. "En el Teléfono del Menor nos dijeron que es el caso más sangrante que han recibido, la niña era casi un vegetal", relata Juan José. "Estamos enfadados porque llevamos cuatro años denunciando ante el Ayuntamiento las pésimas condiciones en las que malviven y los malos olores que emanan del piso y provocan un ambiente irrespirable en la finca", expone otro vecino, José, " y si hubieran actuado antes sus hermanos habrían sido escolarizados". El edil de Servicios Sociales, Domingo Rozalén, se limita a decir que su actuación ha sido correcta. Pero Beatriz conoció de pequeña lo que era una infancia normal. Hasta los siete años asistió al colegio y aprendió a leer y a escribir. ¿Qué le sucedió? Su madre cuenta a todos que un profesor abusó de ella. Pero los servicios sociales no han hallado evidencias de esos abusos y creen que al morir el padre, alcoholizado, y el abuelo, la madre (que estuvo en tratamiento psiquiátrico) no fue capaz de salir adelante. Comenzó el encierro y la indolencia: la casa se quedó sin limpiar, comían a cualquier hora... A los vecinos les indigna "la injusticia que ha cometido esta mujer con sus hijos", aunque reconocen que obró sin mala fe: "Depende tanto de ellos que no les obligó a ir al colegio por miedo a que dejaran de quererla y se dedicó a atiborrarlos de dulces y biberones". José asegura que la madre se ha negado siempre a recibir ayuda. Los vecinos se ofrecieron a regalarle colchones, porque los que tenía estaban podridos por el orín, y persianas para reemplazar las que estaban estropeadas y cerraban el paso a la luz y el aire. No hubo manera. La misma negativa obtuvieron los hermanos de la madre. "Tenían que irse después de estar varias horas en la calle sin que les abriera", rememora otra vecina. A los servicios sociales les ha costado seis meses de duro esfuerzo lograr que Beatriz hable y se alimente como una niña normal. Al principio le mostraban un yogur y le producía arcadas, le tocaban la mano y se limpiaba asqueada, le pedían que dibujara algo y sólo esbozaba retratos de Songoku, el guerrero de La Bola del Drac. Sólo iba al centro por el día pero, como no avanzaba, la internaron después de Navidad. Pasó los dos primeros días lejos de casa sin comer ni beber. Tuvieron que taparle la nariz y usar una jeringuilla de alimentación para que engulliera aportes vitamínicos. La primera palabra ("¡Nooo!") la pronunció cuando intentaban ducharla porque olía a mil demonios. Más adelante le propusieron un juego: decir una palabra por minuto si quería salir de excursión. Con la comida también fue cuestión de paciencia.Primero líquidos, luego triturados... A pesar del trauma psicológico y las carencias sufridas durante estos siete años, los educadores le han dicho a los vecinos que, a muy largo plazo, Beatriz logrará superar una infancia tan terrorífica como las peliculas que devoraba durante su encierro.

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