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Reportaje:VA DE RETRO

El maratón del peluche

A los siete años, José Luis Rodríguez Olmos, se conviertió en 1978 en el corredor más joven de esta prueba de Madrid

José Luis Rodríguez Chuvieco no podía imaginar que sería su hijo mayor, José Luis, quien, a sus siete años, le arrastraría a la meta del primer maratón popular, celebrado en Madrid en 1978. Este getafense se había apuntado, como otras 7.630 personas, con el afán de tomar la calle y ejercitar las piernas. Muchos no sabían lo que les esperaba y más del 50% de los corredores se fueron descolgando a lo largo de los 42 kilómetros del recorrido. Chuvieco estuvo a punto de hacerlo de no ser porque a su lado, inmutable, el pequeño José Luis le jaleaba para superar la pájara y los problemas de rodilla. "Sólo podía darle ánimos. Teníamos que llegar a la meta. Allí nos esperaba mi madre, mis tres hermanos pequeños y mi abuelo. Además, yo iba bien, no sufría nada", dice José Luis, hijo, mientras se prepara para la prueba de hoy en las pistas de la Residencia Blume. Será su tercer maratón madrileño, porque después de su proeza habrían de pasar 19 años para que lo volviera a intentar. Lo hizo en 1997 y quedó tercero, a algo más de ocho minutos del récord actual de la prueba, en posesión del tanzano John Burra. En 1978, padre e hijo habían tomado la salida juntos y juntos acabaron. Tuvieron tiempo para descansar en la M-30, charlar un rato con unos municipales y tomarse una coca-cola antes de reanudar la carrera. El cronómetro no contaba, sólo la ambición de llegar. Después de tres horas 51 minutos y 11 segundos lograban su objetivo. Iban, cuenta, tan felices que sólo pensaban en regresar a casa. "Entonces oímos mi nombre por megafonía. Me acerqué y me dieron un trofeo de bronce, al que más cariño tengo de todos los que he conseguido, y un gran oso de peluche. Me fui como unas castañuelas".

Había sido el primer niño en superar la prueba y traspasar la meta. El representante de una importante firma deportiva le ofreció la posibilidad de financiarle estudios y entrenamientos en Alemania. "No sé si fue mi padre o fui yo el que dijo que no. Hoy me arrepiento", asegura. Quizá así habría alcanzado su sueño: conseguir marca suficiente para acceder a las becas de la federación y formar parte de la élite de maratonianos. En noviembre del año pasado, en San Sebastián, se quedó a apenas dos minutos de lograrlo. ¿No es un poco mayor? "Para otras pruebas, sí, pero no para ésta. Aquí necesitas ser mayor física y psicológicamente. La madurez se alcanza a partir de los 30. No hay más que ver a los maratonianos de ahora -Antón, Fiz, Juzdado-, todos superan la treintena", dice. Fue su padre quien, sin proponérselo, creó la saga de los Chuviecos. "A él", dice José Luis, "le gustaba correr, y desde que teníamos cuatro años nos llevaba a los cuatro hermanos a trotar por los campos de Getafe. Corríamos todos los días media hora, 40 minutos, lloviera, nevara o nos achicharráramos. De pequeño funcionas por imitación y todos nos aficionamos". Eran años en los que "la cultura del deporte no había arraigado y la gente decía desde las ventanas que estábamos locos". De los cuatro hermanos, sólo Raúl, el segundo, abandonó pronto. "Era el que mejores condiciones tenía, pero yo creo que lo dejó por un acto de rebeldía hacia mi padre. Ahora quiere volver y se entrena para la pértiga. Lo hará muy bien". Javier ha sido el que ha llegado más lejos. Consiguió la beca federativa, fue campeón iberoamericano de los 3.000 metros obstáculos y estaba entre los 12 primeros del mundo en esa prueba. Una lesión en el astrágalo lo mantiene alejado de las pistas desde hace tres años. David, mellizo de Javier, "está a un paso de dar el salto hacia la élite en los 800 metros y el medio maratón. Tiene cualidades", dice su hermano.

Las dos décadas transcurridas desde aquella primera carrera han cambiado las ideas a José Luis. Con 28 años cumplidos asegura que aquella proeza fue, en realidad, una salvajada. "No sufrí nada psicológicamente. Tampoco fui consciente del daño físico, pero existe. Está demostrado que, en un niño tan pequeño, sí se sufre a nivel óseo y vascular". De hecho, él, que hoy entrena en Leganés a veteranos, alevines y hasta a un grupo de aspirantes a bomberos, dice que jamás incitaría a un chaval "a correr un maratón, ni tan siquiera una carrera de 10 kilómetros. Por eso, ahora han puesto límite de edad en los 18 años. En aquel entonces se desconocía todo. Mi padre no era ducho en esto, sólo sabía que todo lo que yo corría lo ganaba, y él tan contento. Sólo mi madre, con el olfato de todas las madres, era consciente de lo que podía significar aquello".

Desde aquel maratón, la vida de José Luis fue a contrarreloj. En el colegio alternaba las clases con el fútbol y los entrenamientos. Lo mismo pasó en el instituto. Al terminar formación profesional, como técnico especialista en actividades físicas, cambió los estudios por el trabajo, pero no abandonó la competición. No corría maratones, sino pista y cross. En 1986 fue campeón de España de cross escolar y de 3.000 metros; en 1989 llegó tercero en el Campeonato de España de cross júnior. Pero a mediados de los noventa pensó que había tocado techo en el medio fondo y decidió emplearse en el maratón. Volvió a correr el de Madrid en 1997 y un año más tarde fue subcampeón de España en Badajoz. "El maratón de Madrid es para disfrutar corriendo. Si vas por otros motivos, por dinero o por marca, no merece la pena", asegura. Los premios son mejores en otras ciudades, como Barcelona, y la dureza del recorrido hace casi imposible batir récords. "Aquí es difícil trazar un buen itinerario, al contrario que en Sevilla o San Sebastián, que tienen un relieve mucho más suave". Sin embargo, no deja de reconocer que el público de Madrid, los 800.000 espectadores que jalonaron el año pasado la carrera, compensa todo. "El punto más caliente, emocionalmente hablando, es Sol. Se me pone la carne de gallina. Ahí siempre te comunicas con la gente".

Este año, aunque el trazado es más benévolo que en otros anteriores, dice que dará al menos dos estocadas. "La primera, a la salida de la Casa de Campo, porque se empieza a subir, y la segunda, en Méndez Álvaro, en los dos últimos kilómetros". El viernes fue a recoger su dorsal. Sólo espera que la lesión del pie le deje llegar a la meta y volver a sentir "el vacío, el agotamiento y también la alegría por la marca, por el puesto o por las dos cosas".

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