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Tribuna:UNA GUIRI EN EL FERIAL
Tribuna
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Álbum final

LORNA SCOTT FOX La Feria se agota, se diluye, se esfuerza en sobrevivir hasta donde pueda. Ya casi todos los caballistas se han retirado a sus tierras (o sus suburbios), los carruajes y los trajes parecen folclóricos, como si ya no se la creyeran, y se ven muchas más cámaras justo cuando hay menos que fotografiar. Abandoné el recinto con tristeza. Sólo me falta hablar de la comida, que estaba muy rica, gracias, pero algo insustancial, y de las sevillanas. El problema con hablar de las sevillanas es que yo esperaba aprender a bailar durante la semana, para poder discurrir del tema con experiencia. Pero fallé, por dos razones. Una, que se baila sobre todo en la noche y no me sedujo la Feria de noche. Dos, mi falta de talento. Aunque el suelo a mi alrededor quedó hasta los tobillos de manzanas imaginarias que cogía, mordía y desechaba con todo el desprecio requerido, no logré empalmar, ni los cuatro pasos de base con el un-dos-tres del ritmo (4 ÷ 3 = 1,3), ni las zancadas más bien resueltas de las piernas, con el aleteo fluido de brazos y manos. Encima tengo las muñecas muy tiesas. Disculpas, y fin del tema. Me quedará un manojo de imágenes en la memoria, como instantáneas de un festival visualmente y socialmente extraordinario. Una minúscula niña mulata, radiante en su traje color lima, agitando un clavel. Una pareja de ancianos sentados a solas en la sombra de su caseta muy pulcra, mirando sin hablar hacia la calle con los ojos perdidos... como si no estuvieran a un metro de una multitud de transeúntes que miran con envidia o curiosidad hacia ellos. Las curvas hermosas de un semental de pura raza española, tan perfectamente rematadas por el tajo recto del sombrero del jinete. El turista francés que se limpia el sudor de la frente antes de observar, con una punta de impaciencia: "No hemos entendido a fondo el asunto de quién puede y quién no puede entrar en estas tienditas". En contraste con el robusto verde y rojo de los demás cortinajes, la gracia diáfana, todo encajes y tonos pastel, de la plaza de los gitanos. El calvario de un viaje de tres cuartos de hora en el autobús C2 desde La Macarena, donde estuvimos como sardinas en un horno. Una banda de mujeres gordas, abigarradas de lunares y franjas, marchando por la calle Pascual Márquez al compás de sus cantos y palmadas. El dedal de plástico sobre la mesa frente a mí, que dejo rellenar una y otra vez de rebujito, aunque en realidad ya no quiero más. El ritmo apresurado de los cascabeles cuando pasa un enganche a trote. ¡La portada de noche! Las bombillas que remarcan sus diseños infantiles y sus torres de cuento iluminan un flujo de masas humanas enanizadas por el inmenso arco, que parece anunciar un Disneyland andaluz. Pero el Real, por loco que parezca, es real. Esta Feria tan espectacular se vive con toda normalidad por los sevillanos. Para mi imagen final, qué mejor que la bella andaluza con sus complementos al completo: mantoncillo, peineta, rosas, pendientes, gafas oscuras, cigarrillo y móvil.

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