"Días de llamas"
Hace unos días, en un triste 7 de abril, caía vencido por una cruel e implacable enfermedad José María Pérez Prat, abogado del Estado y escritor bajo el seudónimo de Juan Iturralde. Moría también una entrañable amistad de más de 50 años. No nos dejó solamente "la burbuja de su ausencia y la conversación de sus elogios", como escribió hace muchos años el poeta Altolaguirre, sino también una breve pero espléndida obra literaria. Dos novelas cortas, Viaje a Atenas y Labios descarnados, publicadas en 1976 por Barral, y Días de llamas, aparecida en 1979, obra de la que el escritor y crítico literario Rafael Conte dijo que era una de las mejores novelas españolas sobre nuestra guerra civil. La larga amistad que me unía a Juan Iturralde me concedió el raro privilegio de asistir a la gestación de su gran novela, con las innumerables dudas, asentimientos y rectificaciones que acompañan al parto de una obra literaria. En el caso de Días de llamas, dada su temática y los ominosos años de la dictadura -fue a principios de los setenta-, su publicación era punto menos que imposible.
Para los que todavía minimizan el papel devastador de la censura sobre el mundo cultural, esta novela ofrece un ejemplo altamente ilustrativo. Permaneció años en algún polvoriento cajón, y sólo los más cercanos amigos tuvimos acceso a aquel magnífico relato. Es más, cuando ya hubiera sido posible su publicación, con las mutilaciones de rigor, fue la autocensura -esa solapada secuela de los rigores censoriales, tan destructora como la propia censura- la que impidió a José María Pérez Prat dar a luz su relato. Se titulaba entonces La gran algarabía, y así hubiera podido permanecer en el limbo de los buenos deseos si no llegan a hacerle mella las innumerables voces de sus buenos amigos que le instaban a lanzarse a la gran aventura de la publicación. Por fin, en 1979, Rosa Regás, esa magnífica mujer del mundo de la cultura, la publicó en su editorial La Gaya Ciencia. Si bien la obra no llegó al gran público, la crítica fue asombrosamente unánime en reconocer en Juan Iturralde a un gran escritor y en alabar su novela. Y he dicho "asombrosamente" por la cualidad del escritor de recién llegado al turbulento mundo de la literatura, alejado de toda capilla estilística y sin padrinos conocidos. Después..., la editorial quebró y Días de llamas quedó injustamente en el olvido. Afortunadamente, unos años después, otra editorial, Ediciones B, lanzó en 1987 una segunda edición que volvió a interesar a la crítica, y esta vez también al público. Se rompía, pues, la pesimista opinión de Larra sobre lo que era escribir en España.
Al enfrentarnos con esta obra de Juan Iturralde hay que desechar el prejuicio de que nos hallamos ante una novela sobre la guerra civil, otra más. Es más bien la novela de un ser humano, Tomás Labayen, juez, hijo de un militar reaccionario y hermano de otro militar que siendo liberal no quiere hurtarse a la aventura golpista por un concepto de lealtad a sus compañeros de armas. Tomás Labayen, un ser complejo, indeciso, más rico en dudas que en verdades, que nos deja como un lúcido testamento la historia de aquellos días de llamas y de sangre, y la suya propia, mientras espera en una prisión improvisada el fusilamiento o el "paseo" que pueden darle los nuevos dueños de la calle: los revolucionarios que ahora quieren saldar largos años de hambre y de opresión.
No se trata de una obra sobre la guerra, repito, sino de un desfile de seres humanos "que han coincidido con la guerra", y ésta, como un revulsivo inmisericorde, va a sacar a la luz lo bueno y lo malo de cada una de ellas.
Con los ojos del protagonista asistimos a esa atmósfera de locura, de terror y también de heroísmo que fue la guerra, sobre todo en aquellos primeros meses de un Madrid que iba a ser cercado y casi destruido a lo largo de 30 meses. Y con él, comprendemos también su búsqueda ética que le lleva a dar la espalda a aquella guerra que nunca podría ser para Tomás Labayen un progreso, porque para él, el único progreso residiría "en un aumento de la bondad o en una paulatina disminución de la maldad".
Juan Iturralde -el propio Labayen en el fondo- se ha visto también obligado a dar la espalda a la vida y a sumergirse en unas sombras donde quizás siga buscando la justicia que tanto representaba para él.
No quedan ejemplares de esta su obra, pero esperamos que algún otro valiente editor rescate de las sombras a Juan Iturralde y lo devuelva a la vida de la literatura que él tanto amó.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.