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LA CRÓNICA Ponga una Barbie en su vida ISABEL OLESTI

La sala comedor de Adolfo Colmenares está pintada de rosa y en las paredes sólo hay fotos de una muñeca. En un rincón, a modo de estanterías que rozan el techo, Adolfo ha construido una especie de altar para 85 Barbies. Tiene una quincena más que no le caben, aunque reconoce que esto no es nada porque un amigo ha conseguido una colección de 500. No obstante, nadie como él puede contar su especial devoción por esas muñecas que el mes pasado cumplieron los 40 -aunque se mantienen frescas in eternum. Adolfo nació en Caracas, en una familia de cinco hermanos: él era el pequeño y el único varón, lo que provocó su afición a las muñecas. Empezó con las recortables, que compraba a escondidas, y jugaba con ellas encerrado en el váter. A los 10 años se pasaba la vida dibujando supuestas muñecas de grandes caderas y pechos salientes. Era su ideal de mujer. Así que el día en que en un escaparate vio su primera Barbie casi se desmaya. Aquello era lo que quería tener en casa: la mujer perfecta, llena de curvas, sensual y de tamaño justo para manejar a su antojo. Fue lo que pidió a Santa Claus, pero nadie le hizo caso porque sus hermanas veían esta afición como un peligro para su virilidad. Corrían los años sesenta y Adolfo fue creciendo con la obsesión de poseer una Barbie. La encontró tirada en la basura, era mulata y pertenecía a su sobrina. La bañó, le cortó el pelo, le hizo un vestido nuevo y un coche de lujo con una caja de zapatos, y la guardó como un tesoro. Ya de mayor se fue a vivir a Barcelona; hace cuatro años, en su último viaje a Caracas para visitar a la familia, recogió a la mulata y se la trajo consigo. Aquí empezó su voraz dedicación a las Barbies. uando Adolfo compra una Barbie lo primero que hace es desnudarla. Si no se le gusta el look, le tiñe el pelo con anilina, se lo corta a su antojo, le confecciona un atuendo nuevo y la pone en su altar. Las hay de los encantes que él recupera como si de un cirujano plástico se tratara; otras vienen del extranjero enviadas por sus amigos. Sus preferidas siguen siendo las mulatas, aunque tiene rubias "para no ser racista", dice, alguna japonesa, china y hawaiana. Cada una tiene vida propia. "Son muñecas tolerantes y por tanto se aceptan relaciones lésbicas, tatuajes, sadomasoquismo...", cuenta Adolfo mostrando sus trofeos. Hace tres años la revista Patrones organizó un concurso de vestidos para Barbies. Adolfo confeccionó uno a lo Carmen Miranda y fue uno de los cinco ganadores entre 1.200 participantes. El premio consistió en cinco Barbies a elegir. Y casi se vuelve loco de felicidad. La primera Barbie de la historia apareció vestida con un bañador a rayas blancas y negras sin tirantes. Era rubia; tenía las cejas arqueadas y los ojos de tigresa. Llevaba unas gafas de la época y un bolso playero. El invento fue obra de la norteamericana Ruth Handlers, esposa de un empresario de juguetes. Esta mujer quedó prendada de una muñeca que vio en un escaparate de un sex-shop alemán. La muñeca se llamaba Lilly y se vendía como un objeto sexual más de la tienda. También había cómics donde Lilly hacía de prostituta. Su tamaño natural era de 29 centímetros, de cintura estrecha, grandes caderas y pecho puntiagudo. A Ruth Handlers le pareció buena idea transportarla a Estados Unidos y adaptarla para las niñas. Se llamaría Barbie en honor a su hija Bárbara. Pero el invento no tuvo demasiada acogida en la sociedad americana. Las madres se oponían a que sus hijas jugaran con una muñeca tan indecente y llegaron a comprar todo un stock y quemarlo delante de la fábrica. Pero a la larga Barbie triunfó. A los dos años le salió un novio, Ken, que en principio debía estar provisto de sus órganos sexuales, pero terminó en eunuco por respeto a las buenas costumbres. Una de las Barbies de Adolfo es una réplica de Irene Sáez, Miss Universo 1981 y candidata a presidenta de Venezuela. Viste a lo Sisí, con un traje rosa lleno de volantes y encajes. Pero la candidata la mandó retirar del mercado porque estropeaba su imagen. Adolfo tiene su autógrafo; no obstante, sigue a la caza de las mulatas, aunque en España, dice, es muy difícil conseguirlas.

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