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Cazadores

JUVENAL SOTO Agrupados en manadas, llegan a estas terrazas junto al mar a primeros de abril. No las abandonarán hasta las lluvias del otoño. Portadores de prismáticos, catalejos, miras nocturnas, antiparras y otros artilugios de acoso, eligen a sus piezas entre la multitud del playerío colindante y, según los deseos del cazador que se agita bajo sus guayaberas celestes, las van desnudando desde el inserso de sus mentes hasta la verdad fulgurante de los tangas minúsculos con los que ellas juegan a balonvolea. Mientras, la manada de hostigadores apura un vaso de café con sacarina en el que entre todos mojan dos o tres bollos de leche y media docena de ensaimadas. Los más veteranos pueden ser más osados: una Puleva de fresa con un pitufo de morcilla de Ronda aguardan a que estos oteadores con dedicación exclusiva terminen de perfilar las cachas de su desmayo, los pezoncillos de su desconsuelo, el culete de su angustia. Ellas, las piezas, han llegado a estas playas desde los barrios de la periferia. Traen toallas, parasoles, botellas de Lanjarón, pelotas de plástico y algún chusco de chopped que mordisquean a eso de las tres de la tarde, justo cuando el sudor les corre del ombligo a la entrepierna y el rugido de los cazadores se eleva por encima de los tejados de La Malagueta pregonando la caída del primer sostén. Son muchas las piezas y están bien organizadas: "¡Mirad niñas, aquellos son los pensionistas de Albacete. Han vuelto este año!". "¡Uy, tienen un telescopio!". A esa hora, o poco más, algunas ballenas quedan varadas para siempre en los bajíos del litoral, y media docena de chaperos descalzos agitan las braguetas soliviantando a las locazas que terminan la siesta. Los alimañeros ya han trasegado el pucherete suyo de cada medio día y se reincorporan a sus puestos de observación. Hay en el aire un tufo a próstata requemada. Los camareros, por mitigar el tormento, les ofrecen horchatas, limones granizados y zarzaparrillas que ellos desdeñan por motivos de salud (son pensionistas y, en España, ese estado de semi inmortalidad se fundamenta en vivir a media pensión) y porque, ahora sí, es el momento: las tías del playerío van a pegarse un destape del carajo. Corren hacia las duchas y, en cueros bajo el agua dulce, sustituyen los tangas de sus bikinis por braguitas de fantasía con racimos de cerezas pintadas a la altura del felpudo bendito. Entonces, la mecánica de los camareros consiste en arrimar oxígeno a las fauces de los ojeadores agonizantes: "Abra toda la válvula, si es tan amable". "Perdóneme, don Paco, pero es la espita del gas ciudad". "¡Por eso mismo, coño!". Pobres de medio güisqui al caer la tarde, gitanas con tres niños colgando de una teta, quiromantes, dos poetas, vendedores de pistachos, tíos de pelo en pecho que venden lápices y paquetes de preservativos, un premio Cervantes, toda una multitud de agentes de bolsa surgidos del Wall Street de la Barriada Girón anuncian la llegada de la noche y el final del ojeo para estos monteros jubilados de la Telefónica, que ahora se retiran al campamento a dormir soñando con sus praderas manchegas. Mañana volverán al safari. Pero los ojos de la ninfa que chupa un helado en el velador de enfrente continuarán diciéndote que, en veinte años, tú serás otro cazador más.

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