_
_
_
_

Siete meses para evocar la sequía

El régimen de precipitaciones registrado este año hidrológico en Andalucía recuerda los más secos de la década, que se anuncian por la falta de lluvias en noviembre, diciembre y enero

Alejandro Bolaños

Las primeras evaluaciones de daños económicos por las cosechas que no se recogerán, el adelantamiento del plan autonómico para limitar los incendios que vendrán, campañas para insistir en la reducción del consumo, regantes anunciando movilizaciones... No llueve y los mismos actores socio-económicos que escenificaron la última sequía (1991-95) se aprestan a retomar sus papeles. "Es el peor año climático de los últimos 50 años". Apenas tres años después, la afirmación del consejero de Medio Ambiente, José Luis Blanco, evoca campos muertos de sed, pueblos pendientes de los camiones-cisterna y tuberías secas. El agua almacenada en los embalses andaluces en los años húmedos (1996-98) garantiza el abastecimiento a la población durante un año y medio o dos (depende de la provincia), si las borrascas siguen ignorando la región. Pero, en todo caso, los pluviómetros del Instituto Nacional de Meteorología muestran que este año hidrológico (de septiembre a septiembre) está emulando fielmente el exiguo régimen de lluvias del periodo 1991-95. Los datos medios de precipitaciones en las ocho capitales de provincia (ver gráfico) indican que, al menos en la última década, la diferencia entre años húmedos y secos se juega en el invierno y los números aclaran que, en este aspecto, este año hidrológico se emparenta directamente con los de la última sequía. Las precipitaciones registradas en noviembre, diciembre y enero marcan el camino. En la capital cordobesa cayó una media de 285 litros por metro cuadrado en diciembre en el periodo 1995-98, frente a los 19,8 recogidos en los años de la sequía; el pasado mes de diciembre la lluvia se quedó en 18,6 litros por metro cuadrado. En Sevilla (la otra provincia en la que los contrastes son más extremos), la media en diciembre de los años húmedos fue de 249,5 litros por metro cuadrado, entre 1992 y 1995 fue de 18,3 y en este año hidrológico ha sido de 29,6. La misma cadencia se observa en los meses de noviembre y enero y en las ocho capitales andaluzas. Si en Córdoba y Sevilla la disparidad entre los inviernos secos y húmedos es evidente, los datos de Almería reflejan por qué esta provincia está entre las más áridas de Europa. Noviembre, diciembre y enero, según los pluviómetros del Instituto Nacional de Meteorología, fueron también más lluviosos entre 1995 y 1997 que entre 1991 y 1994, pero las diferencias son mucho más suaves. En enero, por ejemplo, la precipitación media en la capital almeriense durante los años de sequía (21,8 litros por metro cuadrado) es muy similar a la de los de grandes lluvias (32,2) y a la registrada este enero (27,2). A pesar de la similitud estadística, los meteorólogos se resisten a bautizar un nuevo periodo de sequía. A lo sumo, admiten que este año hidrológico (que concluye en septiembre), va a ser extremadamente seco, pero no se aventuran a indicar si estamos en el arranque de una sucesión de años sin lluvias o si, por el contrario, el próximo invierno inaugurará un nuevo periodo húmedo. Menos agua en los pantanos El déficit de precipitaciones en los últimos siete meses ha rebajado considerablemente el agua almacenada en los 130 (70 de gran entidad) embalses andaluces. Los de la cuenca del Guadalquivir (la más amplia con 35 grandes pantanos), almacenan ahora 4.389 hectómetros cúbicos (64% de su capacidad), frente a los 4.730,8 (69%) que registraban en septiembre. En otras cuencas el descenso ha sido más acusado: en la del Guadiana, sus pantanos guardan ahora sólo un 61,3% de su capacidad, mientras que en septiembre tenían un 78,8%. En la cuenca del Sur el bajón ha sido de 100 hectómetros cúbicos (611 en abril, 718 en septiembre). El descenso del nivel del agua en los pantanos es aún mayor si se compara con abril de 1998, pero, en todo caso, lo acumulado (6.343 hectómetros cúbicos) está aún por encima de la media histórica de los embalses andaluces y, por tanto, aún muy lejos de los registros de la sequía: en julio de 1995, el agua almacenada apenas alcanzaba un 9,7% de los 9.350 hectómetros cúbicos de capacidad total de los pantanos. El sistema de pantanos andaluces es la principal fuente para el abastecimiento humano de agua. Y el contraste entre los datos del periodo de sequía y los números actuales evidencia que apenas se ha ampliado en los últimos años. La entrada en funcionamiento de dos nuevos embalses en la cuenca del Guadalquivir ha aumentado la capacidad total en apenas 650 hectómetros cúbicos. La ampliación de la red de pantanos es una reivindicación histórica de las asociaciones agrarias y las federaciones de regantes que se lamentan ahora de los más 20.000 hectómetros cúbicos que las confederaciones hidrográficas dejaron salir al mar en los inviernos de 1996, 1997 y 1998 cuando los embalses rebosaban. En el último año se ultima la construcción de siete nuevos embalses (la presa de Rules, en Granada, será la más grande) que elevarán la capacidad del sistema andaluz a los 11.092 hectómetros cúbicos, un 9%. Unos pantanos que serían inútiles si se confirmara la sequía en los próximos años: los nuevos embalses necesitan de otro periodo húmedo para llenarse. La federación de regantes de la cuenca del Guadalquivir ha anunciado ya las primeras movilizaciones para protestar por "la falta de embalses en la región" que achacan a la dejadez del Ministerio de Medio Ambiente, del que dependen las confederaciones hidrográficas que gestionan los pantanos andaluces (la Junta ha pedido la transferencia de las cuencas del Sur, del río Piedras y la Tinto-Odiel). Los regantes han mostrado su preocupación por el retraso en la construcción de los principales proyectos de la cuenca del Guadalquivir: Melonares (Sevilla) está a la espera de la decisión de la UE sobre su impacto ambiental, mientras que El Arenoso y Breña II (Córdoba) sólo aguarda para su licitación a que el Ministerio se decida a constituir una sociedad de gestión. Las estadísticas son claras: las lluvias de mayo y junio pueden salvar algunos cultivos (girasol, olivar), pero no serán suficientes para equilibrar la ausencia de lluvias en el invierno. Este año hidrológico será seco y los perjuicios económicos al campo (75.000 millones hasta ahora), irrecuperables.

La alternativa está bajo tierra

La exigencia de nuevos embalses que palien los rigores de la sequía que, por otro lado, se repite cíclicamente en la historia climática andaluza choca con varios impedimentos, no sólo políticos: son obras que necesitan muchos recursos económicos (el presupuesto de La Breña II es de 26.000 millones de pesetas), suelen tener un fuerte impacto ambiental y cada vez es más difícil encontrar nuevos emplazamientos. La mayor restricción, sin embargo, viene dictada por la naturaleza. La precipitación anual sobre la región es de unos 54.000 hectómetros cúbicos al año, pero de toda esa lluvia la capacidad de regulación de los 130 embalses andaluces es de 2.950 hectómetros cúbicos, apenas un 5%. Y la tasa de evaporación en julio y agosto (meses en los que apena cae una gota), es muy superior a la del resto del país. Las lluvias no sólo llenan embalses, también recargan los acuíferos. Y la capacidad aprovechable de agua almacenada bajo tierra es brutalmente superior: unos 100 millones de hectómetros cúbicos, según los cálculos del Atlas Hidrogeológico de Andalucía. Los técnicos que elaboraron esta obra sobre los acuíferos (editada este año) reclaman "pozos, sondeos y sistemas de recarga" para aprovechar "los abundantes depósitos subterráneos". En Andalucía, de los 5.000 hectómetros cúbicos de agua utilizada cada año, un 28% corresponde a las aguas subterráneas, la mayor parte (1.100 hectómetros cúbicos) destinada a los regadíos, que absorben el 80% del consumo total. Hasta ahora, los acuíferos se usan como fuente de suministro industrial o de consumo humano en poblaciones pequeñas o medias, pero los especialistas creen que hay mucho trecho por recorrer si se limitan los casos de sobreexplotación y contaminación por nitratos (abono agrícola). En Alemania o Dinamarca, recuerdan, el 90% del abastecimiento depende ya de las aguas subterráneas.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_