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Drácula revive en la judería de Córdoba

130 personas disfrazadas de vampiros participan en un juego de "rol" en el casco antiguo de la ciudad

Ocultos los últimos rayos del sol, al principio de la noche, 130 vampiros se apoderaron el pasado viernes de la ciudad de Córdoba. El tiempo se conjuró con ellos. Se acabó el bochorno de las jornadas anteriores, las nubes cubrieron la ciudad, y el viento sopló favoreciendo el vuelo de sus capas. Caras blancas, labios rojos, y ropa negra, eran los rasgos distintivos de los parientes de Drácula que se dieron cita este fin de semana en la puerta del Puente Romano. A sus espaldas, la Mezquita, la judería y todo el casco antiguo de la ciudad esperando sus correrías. Un solo objetivo, conseguir el poder en la metrópoli. Más de un vecino, por no hablar de los turistas que se encontraban recorriendo las callejas de Córdoba, se llevó un susto al encontrarse con estos personajes a la vuelta de la esquina. En realidad, se trataba de un simple juego. La representación en vivo de Vampiro: La mascarada, una de las propuestas de rol con mayor éxito entre los aficionados a este entretenimiento. Según explica Jesús Castro, el secretario de la asociación juvenil Quinta Cruzada, convocante de los vampiros, se trata de una simple interpretación, basada en la puesta en escena de los personajes que aparecen en el juego de mesa original en el que se han inspirado. El desarrollo del mismo abarca cuatro días, el primero de los cuales fue el pasado viernes. Ayer sábado, se celebró la segunda etapa, y el próximo fin de semana terminarán el juego con dos nuevas sesiones. Todas ellas celebradas en plena noche. No se puede pasar por alto que la luz del sol resulta mortal para los vampiros. Un total de 130 personas han acudido al reclamo de la asociación, que ha contado con la ayuda del Instituto Andaluz de la Juventud para difundir la convocatoria. Casi todos los participantes, por no decir todos, son entusiastas de la obra de White Wolf en la que se han inspirado los organizadores. Así, a ninguno de ellos se le escapaba la importancia de haberse inscrito en el juego en calidad de Nosferatu o de Assamita, por no hablar de los Tremeres o los Malkavian. Amablemente, los participantes comentan las peculiaridades de cada uno de estos personajes tipo, que al parecer determinan el atuendo que lucen y las características físicas y psíquicas del papel que interpretan. Tras multitud de explicaciones, dificultadas por terribles sobreentendidos, el profano deduce que existen siete clanes distintos dentro del reino vampiro. De este modo, están los Assamitas, asesinos natos; los Nosferatu, seres deformes que deambulan por los bajos fondos y que manejan la información de la ciudad. Uno de los participantes asegura que un periodista sería un Nosferatu. Y así hasta completar un listado de castas que abarca las jerarquías propias de cualquier sociedad establecida: guerreros, bufones, hechiceros... Y por encima de todos, el príncipe de la ciudad, descendiente directo de Caín. A la salida de la reunión que da inicio al juego -cónclave la llaman los iniciados-, antes de que los participantes se dispersen por las zonas prefijadas (casco antiguo de Córdoba), el príncipe recalca las normas: no tocar a nadie; no portar armas, aún cuando, evidentemente, fueran falsas; no correr; no interactuar con personas ajenas a la representación. Dicho esto, los jugadores se dispersan por la ciudad, cada uno porta una ficha en la que la organización ha visado su verdadera identidad, así como la del personaje al que interpretan, además de las características de éste, siete puntos de fuerza, uno de habilidad, cuatro de astucia... El objetivo de cada uno es secreto. Aunque eso es lo de menos. Según los organizadores, ni pierde ni gana nadie, la finalidad es divertirse.

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