El orgullo de educar en la diversidad JOAN SUBIRATS
El mundo de la educación atraviesa momentos particularmente complicados. Las coordenadas que sirvieron para estructurar las sociedades industriales de este siglo han saltado en pedazos. ¿Hay alguien aún capaz de continuar afirmando que existe una edad para la formación, una edad para el trabajo y una edad para el descanso? Miles de niños en el mundo trabajan para empresas que luego ofertan sus productos en el primer mundo con discursos de tolerancia y multiculturalismo. No hay nadie que pueda hoy mantenerse activo profesionalmente sin reciclarse formativamente de manera constante. Ni los jubilados descansan tranquilos, sea por su propia voluntad de mantenerse en activo, y en actitud formativa, sea por la constante puesta en duda de su propia situación. En este contexto la educación se ha convertido en un elemento central de las políticas activas de promoción del empleo, de lucha contra la exclusión, de integración y de cohesión social. Y nadie que quiera trabajar seriamente en políticas y programas que potencien el desarrollo de una zona, de un país, y que lo quiera hacer sobre bases sólidas y de cohesión social, puede continuar dejando en manos estrictamente de la escuela algo tan estratégicamente significativo como es la educación. No nos olvidemos asimismo de los ámbitos de inserción primaria. La familia y las relaciones de pareja y entre padres y niños han sufrido un vuelco espectacular que tiene en la educación una de las palancas de cambio, pero exige de la educación salidas o caminos por los que avanzar. La posición subordinada y meramente reproductora y cuidadora de la mujer justificaba su dependencia formativa. La educación ha roto esos esquemas, los ha hecho añicos. La mujer ha accedido a la formación, ha accedido al trabajo, aunque continúe siendo espectacularmente discriminada en sueldo y en promoción. La autoridad paternal, la sumisión al cónyuge que sabía, trabajaba y "producía", no se sustenta por más tiempo. Hoy sin un nivel educativo mínimo (cada vez más alto) no logras, simplemente, acceder. Quedas fuera. Y gracias a la educación, en cambio, puedes crear tu propio proyecto vital mucho más fácilmente de lo que nadie era capaz de hacer en la estable y rígida sociedad industrial. Pero todo ello ha puesto en el disparadero a las instituciones educativas clásicas. La escuela es hoy un agente educativo más, aún muy significativo, pero uno más. Los impactos, las ofertas, las oportunidades educativas se plantean por doquier, y desde una gran multiplicidad de agentes. La fractura del automatismo formación-empleo, la necesidad de diversificar y sofisticar los recursos educativos para acceder a un puesto de trabajo en constante reformulación, junto con la crisis de los yacimientos de empleo más tradicionales, más clásicamente vinculados a formación básica o primaria, han conducido a una situación de tremenda confusión en las instituciones educativas. ¿Cómo aguantar días y días aprendiendo cosas que suenan a extraterrestres y caducas, soportando a profesores y maestros que enseñan con métodos que parecen de antes de la televisión en color, si además luego no tienes esperanza alguna de que ese largo y tedioso sacrificio se vea compensado por un empleo, por un trabajo de lo que sea? Y, al revés, ¿cómo un profesor preocupado por transmitir conocimientos puede soportar a alumnos que parecen estar allí simplemente por obligación y a los que no hay manera de hacer comportar y callar? Mientras, los padres con menos compromiso colectivo, con más recursos intelectuales y económicos, no parecen dispuestos a que sus hijos se mezclen con gente diversa y extraña, con gente sin futuro, cuando precisamente esos años de formación serán claves para la posterior salida y triunfo profesional de sus hijos.
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