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La Filmoteca dedica una retrospectiva a Kurosawa, el último grande del cine japonés

La proyección, esta misma tarde, de Sugata Sanshiro (1943), también conocida como La leyenda del gran judo, ópera prima inédita en España, abre la retrospectiva que la Filmoteca de la Generalitat dedica a Akira Kurosawa, uno de los cuatro grandes cineastas clásicos japoneses. Fallecido el pasado verano a los 88 años, Kurosawa fue el más popular de los realizadores nipones en Occidente, donde ha tenido admiradores confesos del calibre de Francis Coppola, Ingmar Bergman, George Lucas, Martin Scorsese y Sergio Leone, por poner sólo algunos ejemplos entre colegas ilustres. Cineasta de enorme aliento poético, férreo hasta la extenuación y rodeado siempre del respeto, pero también de la incomprensión de la industria, su producción será revisada en esta retrospectiva, que en las próximas semanas dará cuenta de la mayor parte de su amplia e imprescindible obra. Nacido en Tokio en el seno de una familia de antiguos samuráis, hermano de un benshi, comentarista de películas mudas que se suicidó con la llegada del sonoro, y él mismo espectador, dado el trabajo de su hermano, del cine occidental durante su infancia y adolescencia, Kurosawa llegó a ser, en una carrera que abarca más de 50 años desde Sugata Sanshiro hasta Madadayo (1994), un clásico en vida. Personaje de carácter difícil, a menudo considerado despótico por sus ayudantes, con quienes no siempre se entendía (el mismo apodo que le acompañó en vida, El Emperador, expresa a la perfección la admiración y el temor que suscitaba su persona; baste recordar que en su vejez no se hablaba con su mejor colaborador, el actor Toshiro Mifune, que alcanzó con él el reconocimiento y la fama), Kurosawa abordó, como otros cineastas del periodo, las dificultades de la reconstrucción, material pero sobre todo ética, del Japón derrotado en la II Guerra Mundial, faro que guió buena parte de su carrera. Filmes de claro contenido neorrealista, como El perro rabioso; recreaciones del teatro kabuki, como Los hombres que caminan sobre la cola del tigre (1945), y películas en torno a un crimen, como El ángel borracho (1948), marcan su primer periodo. Fue a partir de 1950, con Rashomon, premio en Cannes y Oscar a la mejor película extranjera, cuando recogió la admiración internacional y de paso abrió las puertas del cine japonés en Occidente. Su profunda cultura occidental le llevaría a actuar de puente entre ambos mundos. En este sentido, Kurosawa ha sido uno de los mejores adaptadores de Shakespeare, como atestiguan la obra maestra Trono de sangre (1957), adaptación de Macbeth, y esa peculiar versión de El rey Lear que es Ran (1985). Pero adaptó tambien a Dostoievski (El idiota) (1951), a Gorki (Donzoku, según Los bajos fondos) y a Serguéi Guerasimov en Dersu Uzala (1975), una de las cumbres de su cine, siempre comprometido con los valores humanistas, entre ellos el diálogo fecundo entre culturas diferentes. Autor de gozosas películas de aventuras, como las multicopiadas Los siete samuráis (1954), La fortaleza escondida (1957) y Yojimbo (1961); de poderosos dramas humanos, como Barbarroja (1963) y Dodes ka-den (1970); de épicas reconstrucciones de época, como Kagemusha (1980), el director aún tuvo tiempo de dejar un fecundo testamento personal en Los sueños de Kurosawa (1992) y Madadayo.

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