Postal de Catania JOAN DE SAGARRA
El Excelsior Grand Hotel de Catania es un hotel bastante cutre. Las habitaciones recuerdan las de uno de Logroño que solía frecuentar en los años cincuenta, pero el baño es nuevecito, la bañera es espléndida, los grifos funcionan y el agua está calentita. Y, lo más importante, las sábanas están limpias. El Excelsior Grand Hotel de Catania, cuatro estrellas, situado en la Piazza Giovanni Verga, número 39, es un viejo hotel cutre de una ciudad cutre en plena evolución: dentro de un mes, el Excelsior cierra sus puertas para transformarse en un nuevo hotel, en un hotel modernísimo; del mismo modo que Catania, desde hace algún tiempo, se abre de piernas para convertirse a su vez en una ciudad modernísima: su nueva línea de autobuses, inmejorable, está copiada de la red del metro barcelonés. Enzo Bianco, el alcalde de Catania, es un chiflado de la Barcelona posolímpica y, según me dicen, un buen amigo de Pasqual Maragall. El Excelsior Grand Hotel de Catania, pese a ser un hotel cutre, posee un par de atractivos que me lo convierten en un hotel entrañable. El primero de ellos es que se halla situado justo enfrente del Palacio de Justicia, un relativamente impresionante edificio mussoliniano, feo de solemnidad, pero que está rematado por la Montaña, como dicen aquí. Una montaña que, a diferencia del Montjuïc de mosén Cinto o el Tibidabo de De la Rosa, impone: es el Etna, un Etna nevado que en la madrugada de ayer, sábado, fumaba tranquilamente, quién sabe si celebrando a su manera esos 15 años con los que el tribunal de Palermo acaba de condenar a Guilio Andreotti por "concorso in assoziacione mafiosa"; Andreotti, el gran pájaro de la política italiana, el pajarraco de la Democracia Cristiana, el que fue ministro de todo y jefe del Gobierno no sé cuántas veces, hasta que un buen día alguien le vio besándose con Totò Riina, el boss por antonomasia. Giulio Andreotti, senador vitalicio. Todos los papeles de Sicilia, y de Italia, venían ayer infestados de Andreotti. El Etna, fumando tranquilamente tras el Palacio de Justicia de Catania, rematando la horrible caja de zapatos -gigantescos zapatos- mussoliniana, viene a decirnos que lo que a veces no consiguen los tribunales, la justicia humana, lo logra él; el vientre del volcán atrae a los suicidas, ya sean criminales o inocentes, en cualquier caso pobres desgraciados. Sicilia es tierra de suicidas. El segundo atractivo del Excelsior es el bar. En el bar del Excelsior preparan uno de los mejores martinis de Catania. Herencia, según me dicen, del gran Sabatti, el gran barman catanés. El bar del Excelsior está abierto hasta altas horas de la madrugada. Y es que, no hay que olvidarlo, estamos en guerra. Una guerra, la de los Balcanes, que desde Italia se percibe de una manera más cotidiana, más normal, aunque no menos espeluznante. El bar del Excelsior acoge a todas horas del día a los pilotos de combate y fuerzas de mantenimiento de la base de Sigonella, Sigonella-Naval Air Station, la segunda base norteamericana más importante de Europa, después de Ramstein, en Alemania. Y Sigonella se encuentra a unos 10 kilómetros de Catania, detrás del aeropuerto civil. Es decir, Catania es una especie de bocata barroco en el que las reliquias de Santa Agata -la mano, el pie, la teta... de la santa- y el fantasma de Bellini, del andrógino Bellini, hacen las veces de un salchichón o de una mozzarella presionados de una parte por el Etna y por Sigonella de la otra. En el bar del Excelsior, en la madrugada del viernes, me tomé un martini con un joven piloto americano, piloto de un F15-E, un avión de combate, con base en Sigonella. Me confesó que había volado dos veces sobre Kosovo. "¿Y siempre acertáis?", le pregunté. "Se hace lo que se puede", me respondió muy sicilianamente. Aquí, como en todas partes, la guerra de los Balcanes tiene dividida a la gente. Los intelectuales, contentos de volver a ser reconocidos como tales, predican a destajo, pero los que realmente llegan al público son los humoristas, como el genovés Stefano Benni, que el viernes, en La Repubblica se inventaba un decreto del presidente Clinton en el que, entre otras cosas, podía leerse: "In tutto il territorio italiano ogni spazio superiore a cento metri quadrati sarà considerato d"ora in poi base NATO, con la sola eccezione dei campi di calcio di serie A". Sigo en el bar del Excelsior, base NATO-Dry Martini-Naval Air Station-, en el centro de Catania.
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