_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Miel

Miquel Alberola

MIQUEL ALBEROLA Junto a una de las hogueras de Castanea, con el navío Argo varado bajo la Osa Mayor, el colmenero Butes de Atenas sacó una jarra de miel de debajo de su capa y pidió a sus compañeros que metieran el dedo y lo chuparan después, infundiendo un entusiasmo que intensificó la amistad que había entre ellos y creando un escenario de belleza espiritual incomparable. Luego disertó sobre la cría de abejas y les prometió que, cuando terminara el viaje y trajeran de regreso el vellocino de oro, cada uno recibiría un enjambre y no tendrían que depender de la miel que hallaban en los agujeros de los árboles o en las grietas de las rocas. Y no porque Butes, que siempre vestía de blanco debido a que este color ejercía un efecto sedante sobre las abejas, despreciase la miel silvestre, puesto que pasaba muchas mañanas persiguiéndola en el monte Himeto hasta confundirla con una Triple Diosa muy dulce, sino por afecto. En este viaje que yo llevo tatuado en el cerebro la miel se reveló más eficaz que los extraños poderes de Periclímeno, las estrofas y melodías de Orfeo y los remedios a base de decocciones de vara de oro y trementina pura de Mopso. Butes tuvo más fe en la miel que en todos los dioses clásicos, pese a ser uno de los sacerdotes de cabeza rapada de Atenea, y por esta devoción tan suprema se negó a admitir la existencia de mieles venenosas por naturaleza como la de la costa de los musinos, procedente de una planta llamada tósigo de cabra, que según la fábula bastaba con una pequeña cantidad para hacer enloquecer a un hombre. Butes creyó más en las abejas que en los hombres y llegó incluso a probar la miel prohibida de la tierra de los moscos, donde las abejas extraían el néctar de una hermosa flor roja, la azalea póntica, que crecía en las altas montañas de Armenia, lo que le hizo perder el sentido para poder recuperar la razón. Luego se retiró al promontorio más al este de Sicilia, donde la miel y el paraíso saben igual, para que su trabajo y su fe fueran continuados por muchos discípulos. Por eso creo más en la miel que en la sociolingüística. Y más en estos días en que el hedor del sofrito de carne picada de los Balcanes ha inspirado a unos psicópatas indígenas el exterminio de 640 colmenas de abejas en unos montes de Chiva con unas botellas de producto tóxico.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_